martes, 12 de agosto de 2008

El uno

"He pensado estos días en la consistencia del número uno. Y no digo esto desde un punto de vista simbólico o con ánimo de empezar aquí la explicación de una parábola sobre la soledad. Es más sencillo que todo eso. El número uno es una raya, un segmento más o menos recto según lo dibuje una persona o lo imprima una máquina, y según sea trazado a, con o sin conciencia por quien quiera que lo pinte. Lo más gracioso del número uno es la disposición de su morro, ésa especie de alero que le sobresale por arriba. Si uno se fija bien, el uno que pintan la mayoría de las fuentes dadas por defecto: las arial, las times new roman, las courier, las calibri, las garamond, las helvetica, etcétera, es un palo más o menos rectilíneo con un saliente que recuerda al pico de un pato. Es un morro que por debajo se cruza perpendicularmente al tronco vertical y que, sin embargo, posee por encima una curva suave que armoniza lo rígido del resto y que plasma a nuestros ojos la cara del pato, la sonrisa simbólica de un ánade o de un ganso o del mismísimo tío Gilito.

Cuando el uno tiene más sentido es cuando se piensa en términos binarios. Es en esos casos cuando cobra un sentido definitivo, cuando ya no es un cúmulo de circunstancias sino un caso de entre dos posibles, el blanco de lo negro, el efecto de una causa, la cara de la cruz, el pozo y la barrera de potencial o el viceversa de todo lo anterior.

El uno es, por tanto, el más impropio de todos los antónimos, porque si se piensa rápido se sabe del ninguno, del cero, su Némesis por antonomasia, pero si se rodea como quien rodeara un árbol viejo, se observan mil matices o quizá seis mil quinientos y pico millones de matices, e incluso más. Un matiz y pico por cada uno de los habitantes del planeta Tierra.

Es una idea extraña: pensar que por el hecho de nacer, cada uno de los seres humanos que pisan y cocinan arroz y respiran gases enrarecidos sobre la corteza terrestre, ya vienen con conceptos preestablecidos de serie como son dos orejas, seis ojos, o cuatro/cinco miembros totalmente prescindibles de nombres variados (cola, trompa, brazo, pata, pierna, rabo, pene), lo cual les confiere eso que dan en llamar personalidad o, como ellos dicen mucho, un yo.

Los seres humanos incluyen en su forma de hablar el yo para manifestar que existen. Es extraña su afición continua por autoafirmarse. Es algo que roza lo esperpéntico y que, aunque es una neurosis de manual, ellos aceptan como algo cotidiano y normal. Si viviesen en Rigel-3 serían ajusticiados so pena de pluralicidio, aunque bien es verdad que en Rigel-3 son muy suyos con eso del plural mayestático. Ellos dicen que son fans del papa de Roma, pero lo suelen decir a modo de broma (en Rigel-3 son muy guasones). Cuando un humano se expresa habla de sí mismo en términos del yo con el que ha nacido y que a lo largo de su vida ha ido forjando. Son pocos los humanos que varían indistintamente las formas de lo colectivo en su modo de relacionarse. Una vez vi en la televisión a un tipo que hablaba en segunda persona. Dijo cosas como Tienes que pensar por dos, o, Es complicado que llegues a convertirte en alguien, o, Pareces un extraño de ti mismo. El tipo parecía un loco, es verdad y, como tal, así lo trataba la entrevistadora, haciendo continuas referencias a su lobotomía.

Dentro de su lenguaje continuamente hacen referencias implícitas al yo. En la conjugación de sus verbos, que son los símbolos que representan todo lo que hacen incluso cuando no hacen nada, unas veces aparece la palabra y otras se elimina porque consideran que es redundante -¡réprobos ellos!- el incrustarla ahí. Pero pensándolo mejor, cuando ven el mundo, cuando escriben cosas como ésta, diferencian su yo de los yoes ajenos que dotan al suyo de realidad. Así, hablan con artículos indefinidos como un/una/unos/unas y/o con artículos definidos, que son como los anteriores pero conociendo hacia dónde apunta el dedo, los el/la/las/los, y hacen trampas cuando piensan cosas como ésta, ya decimos, porque parecen salirse de la norma de sí mismos, su propia condición de seres triespaciounitemporales, como en un engaño de abstracción y objetividad, consiguiendo únicamente el ridículo de hacer lo mismo que los miles de millones que existieron antes pero creyendo ingenuamente que sus yoes son distintos."

J. L. Pomona.

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Figura 1. Escala de unos en Times New Roman.

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