viernes, 29 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, XIV: El advenimiento de la nada


"Había una vez un lugar que parecía otros lugares. En los días en que el sol salía por el norte daba la sensación de querer ser una mujer tumbada porque las sombras del horizonte hacían que la visión fuese esa. Una mujer tumbada con un fabuloso talle y un vientre elevado, como si estuviese embarazada y muerta al mismo tiempo.

En los días en que el cielo estaba nublado, con nubes pomposas de colores planos de 256 bits, el mundo visto desde ése lugar daba la sensación de poder cogerse con tan sólo estirar el brazo. Era como querer y conseguirlo. H. pensó que era tan fácil que alargó el brazo con ánimo de coger un chopo bicolor (tronco marrón claro y hojas verde césped) obteniendo tan sólo una ilusión de realidad frustrada. Cuando vio que no pasaba nada trajo su mano vacía hacía sí y comprobó con extrañeza que estaba manchada de rotulador carioca.

Había atardeceres en los que el agua caía del cielo pero no era lluvia, sino agua cayendo del cielo. Si estabas allí, en ése lugar, no te mojabas. Era como si tocaras hielo seco, ése hielo de anhídrido carbónico tan raro que siempre parece un divertimento científico en lugar de una cosa seria. El agua, cayendo del cielo, era un mar vertical de homogeneidad silenciosa. Era un muro de agua compenetrado en su caída. Los átomos formaban moléculas, las moléculas formaban estructuras que se unían y se desunían como si de un baile de máscaras se tratase y, por encima de la estructura, estaba la forma, la composición de la realidad agua-muro que se verticalizaba y convertía al lugar en un sitio único, irrepetible. Atemporal.

Una mañana, el lugar apareció contrito de nada. Los árboles que allí había, se habían ido sin decir adónde. Los álamos, los pinos, los cipreses, se despidieron sin ni siquiera dejar el rastro de una raíz arrastrándose en la huída. Los céspedes, las vallas, los linderos, los caminos con piedras, los humanos desperdigados y los humanos metidos en sus casas, los humanos que dormían dentro de éstas y los que pasaban la noche en la morada de otros, los niños –humanos de tamaño pequeño–, los burros atados y los que pacían libres, los vientos y la brisa, el olor de las cosas, el sabor de la tierra, el sonido de un gato y el bisbiseo de un ave, todas las onomatopeyas que uno pudiese imaginar, los tactos del tocarse con amor y los roces de la soledad, todo, absolutamente todo, se había ido sin decir adónde.

A decir verdad sólo quedaron dos cosas: el paso del tiempo y el eco de un golpeteo seco y uniforme.

Si bien es comprensible que el paso del tiempo quedase como testigo fatuo de sí mismo, como resonancia de lo que fue y hubo y, a la vez, esperanza de lo que no habrá más, era difícil comprender de dónde salía el golpeteo uniforme. Era un sonido reverberante, una especie de borboteo trágico, que incluía en su interior todos y cada uno de los sentimientos y palabras expresables y no expresables de lo humano y lo inerte.

Mucho tiempo después, cansado el lugar del padecimiento de la nada, del ser vacío pesaroso habiendo probado antes la gloria de mil sensaciones, la alegría de mil formas, dio con la razón última del Misterio…

Hubo una vez un lugar en el que pasaba el tiempo por su través y no pasaba nada, hasta que un día el tiempo se detuvo y el borboteo siguió. Fue entonces, en un suspiro de lucidez, cuando cobró palabra el eco muerto, cuando un sonido hueco se convirtió en un latido."


J. L. Pomona.


Imaginario: Fotograma de Il deserto dei tartari (1976), de Valerio Zurlini, basada en un texto de Dino Buzzati (1940).

jueves, 28 de agosto de 2008

Obra en cuatro actos sobre la reflexión tras comprar un libro de Italo Calvino.

"Piensa en las ciudades majestuosas de la destrucción,
carentes de alevosía fingida
extrañas en la medida en que lo extraño se siente y no se piensa
favorecedoras de los unos en lugar de los otros
picantes, dulces, salerosas, magistrales, nocturnas, diurnas, decadentes, vergélicas.

Sorpréndete paseándolas en el disfrute que son la nada hecha cruces
la nada hecha pisos medianamente verticales
la nada hecha tiempo cuando esperas al señor de verde
la nada hecha trizas si saltas en rojo
la nada hecha eco si miras al cielo y sólo ves nubes.

Acúciate y, altivo, eleva quejas a instancias públicas,
fomenta el vandalismo, crea modas, diserta,
etiqueta los grupos, tasa, crea clanes con los que poder charlar en tertulias huecas
para así llenarlo todo de sinrazón, hipocresía y cinismo
y hacer de la pose un dogma de fe.

Evita las miradas especulativas, observa,
sé indolente porque sí, porque te sale de dentro,
con o sin aclaraciones,
paulatinamente más grandes, menos sinceras,
obligando a que las esquinas de la tristeza de otros
se canalicen todas juntas en el disfrute propio,
y en el lloro y el trauma, en el peso perdido de la desesperanza,
o de lo noble: Lo imposible y los grillos.

Ojalá que toda ciudad explote, que no exista nunca
que nadie la piense.

Ojalá que todo acabe y recomience."


J. L. Pomona.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, XIII: La pronunciación de tus partes

Magritte fotografiado por Lothar Wolleh (Bruselas, 1967).

"Dónde se acaban tus partes,
las vastas redes de tus dedos populosos dicharacheros
los extraños acontecimientos negros eléctricos
de tu noche callada.

Dónde absurda mujer, dónde…

Dónde se precipitan los cuándos si eres opípara
si no tienes remedio pese a ti misma
si te bañas en el sudor de tu desconsuelo
y haces gloria de la desgracia de ser presente
en tu día tras día.

Dónde te marchitas apétala,
en qué parte de mis pronunciaciones te diluyes
te conviertes en ecos sordos, te desaconteces

Dime absurda mujer, dime…

Añádeme proporciones, caminos, algos
con los que poder cansarme, distraído, de tu sonrisa olvidada
dejar de devanarme los tiernos muñones
y pasar a otros quehaceres no circunvalativos, distintos.

Y pensé que sí, muchas veces,
lo bueno del ser yo, del estar conmigo, del parecerme muerto
y resultó un No, bañado en piedras,
ríos de leche, troncos, poluciones de ciudad absoluta de gente.

Dónde me quedé olvidado,
dímelo absurda mujer, dime dónde,
para obtener de otros miembros visiones empatizantes,
para darme lugar sin tener que pensarme,
ni demasiado mucho ni demasiadas veces,
para comprarme un espejo nuevo que brille mucho,
que brille tanto como cuando tú te mirabas en él y yo te veía
en el reflejo-de-entonces."


J. L. Pomona.

Historia de lo cotidiano, XII: El culto a la forma

"Me despierto todos los días con músicas que suenan a repetición, a pausa contenida que desespera. Me despierto, todos los días, en un desamparo que retroalimenta la creencia, absurda y razonada, de lo triste de una vida que se sabe triste en su pensarse y se reconcome en el tedio de la tristeza en loor de un triste más elevado...


[No, no es un buen modo de empezar a escribir nada. Piensa en Pessoa, él lo hacía mejor. Pongo fin aquí al desasosiego.]


Me despierto con un tic tic tic y nunca sé cuántas son las veces que se repite el martilleo sonoro porque no soy consciente de ello. Luego, me pregunto por esto con curiosidad. Me digo si el despertador se pasará sonando un minuto entero hasta que salgo del sueño y lo apago, o si sólo transcurren dos escasos segundos hasta que mi mano aplasta el pitorro y nazco un día más a la vida.


Pasado el trance del nacimiento cotidiano, comienza el juego, y lo hace de un modo literal. Cada empiece del día es para mí un juntar de números guiñando los ojos. Así, obtengo años de la composición de los dígitos que mi reloj-radio-despertador me marca. Si por ejemplo me levanto a las 7:11 am esto quiere decir (para mí) el año 711. Instantáneamente hago un ejercicio de memoria y pienso en esa fecha. Es como si por la mañana mi cerebro se convirtiese en un almanaque y solventase las dudas de la muchedumbre acerca de la relación existente entre horas y fechas.


Acto seguido hago lo de siempre: Busco en Wikipedia.


En Wikipedia se lee que en el año 711 los árabes comienzan la invasión de la Península Ibérica. Si bien Tarik toca tierra gibraltareña el 27 de abril, no sería hasta el 19 de julio cuando el ejército de Muza vence al de Don Rodrigo, el cual se cree, moriría en dicha batalla, la de Guadalete para mayor exactitud (de exacto, a su vez, de exactus, del latín, Puntual, fiel y cabal) en circunstancias nunca aclaradas.


Lo anterior es algo que hasta los niños saben, pero… ¿Sabía alguien que mientras Don Rodrigo exhalaba su último bufido, o quizá su último escupitajo, o su último insulto –no sabemos lo cortés o educado que Don Rodrigo era ni cómo se comportó en el momento de su deceso–, sabían ustedes, decía, que en Japón se daba por finalizada la reconstrucción del templo Hōryū-ji en Ikaruga? Yo, si les digo la verdad, no tenía ni idea de ello antes de poner 711 en Wikipedia. Pero ahora, yendo de enlace a enlace me descubro viendo un templo japonés que la UNESCO declaró patrimonio de la Humanidad en 1993 y claro, eso es algo importante. Si lo dice la UNESCO, es como si hablase el dios de lo humano. Todos se callan. [Shhhhh].


[¿Entonces… vas viendo cómo una cosa lleva a la otra? La deconstrucción va de esto. No hay historia, sólo un presente perpetuo que no aspira al cambio. Es una fragmentación, ya lo has oído decir mil veces. Siempre digo postmodernismo y es mentira. Lo digo sólo porque me hace gracia…]


{A continuación va lo meta- }


Cómo se llama el arte de hablar sin contar nada, la ausencia absoluta de historias, el vacío… ¿Charlatanería? Bueno, es un poco eso. Es coger tus ganas de innovar y darle forma al vacío. Es como en aquél relato de los Strugatski (Conversación: ¿Ciudad permutación? No, eso es de Greg Egan… ¡Ah! Dices Picnic junto al camino… ¡Sí, exacto!), en el que un par de personajes manipulan vacíos como si se tratase de pilas de hidrógeno.



“[…] Se había pasado la vida peleando con esos vacíos; a mi modo de ver, sin beneficio alguno, ni para la humanidad ni para sí. En su lugar yo habría mandado todo al diablo desde hacía rato para dedicarme a trabajar en otra cosa ganando lo mismo. Claro que si uno lo piensa bien, un vacío es algo misterioso, hasta incomprensible, se podría decir. Yo he tenido muchos entre las manos, pero no dejo de sorprenderme cada vez que veo uno. Son sólo dos discos de cobre, del tamaño de un platito y de medio centímetro de grosor, más o menos, separados por una distancia de cuarenta y cinco centímetros. Nada más. Nada, absolutamente, sólo espacio vacío. Uno puede pasar la mano por el medio y hasta la cabeza, si el asunto lo deja tan fuera de combate; no hay más que vacío y vacío; aire puro. Claro, tiene que haber alguna fuerza entre los dos, según creo, porque no se los puede juntar ni separarlos más de lo que están.


La verdad, compañeros, es difícil describírselos a alguien que no los haya visto. Son demasiado simples; sobre todo cuando uno los mira bien de cerca y acaba por creer en lo que ve. Es como tratar de describir el vidrio: uno termina retorciéndose los dedos y diciendo malas palabras por la frustración. Okey, supongamos que lo han entendido; para los que no tengan una copia de los Informes del Instituto, en cualquier número hay un artículo sobre los vacíos, con fotos y todo
[…]”


(Picnic junto al camino, Arkadi y Boris Strugatski. Traducción de 1978: Edith Zilli).




Bueno, el asunto iba por Japón y por la gracia que nos hacía el año 670, que es cuando el templo que sería reconstruido en el 711, año en el cual pensé cuando me levanté una mañana al ver los dígitos del despertador, se quema, se prende fuego. Según la Wikipedia, el incendio del año 670 crea controversia. No se trata de una controversia trascendente porque, de serlo, ello podría trastocar muchos planes de futuro o generar guerras inter-tribales por el dominio cultural de una historia patriótica o provocar un aumento en el precio del sake que haría que los restaurantes nipones de Madrid se viesen abocados a la quiebra por no tener medio razonable de pagar un producto de importación como ése, ahora a un precio abusivo –el arroz no se puede cocer igual con un Vega Sicilia del 72.


La controversia viene porque una serie de eruditos de estas cosas no se creen que hubiese habido un incendio (Nota mental: Con esto he pensado en una canción de Nacho Vegas que dice […] El aire aquí es más cálido / Me dijo una mujer / de aspecto amable y peinado imposible / esta mañana en el ascensor / por qué nadie me iba a mentir allí […]) y citan cosas tales como el shaku Goguryeo y el shaku Tang, que ni me atrevo a buscar y que deduzco son estilos arquitectónicos de la época. Y luego citan cosas como el Nihonshoki (日本書紀), que es el segundo libro más antiguo de la Historia del Japón sólo superado por el Kojiki o Furujotofumi (古事記), que significa registro de cosas antiguas, como pragmáticamente no podía ser de otro modo.


[Luego, cuando termina la canción que escucho, que es de Hildegard Knef, hago un análisis. Busco la circularidad típica de lo empático, del cerrar el círculo volviendo al comienzo. Subo y veo el juego estúpido de tramar a Bernardo Soares (heterónimo de Pessoa) para desdecirme y comenzar el juego de cajas chinas que no son y terminar citando y bailando groovie alemán de 1966 o de 1974, mientras no soy capaz de decir una frase certera que sirva de colofón.]


Me despierto mientras yazgo y leo en sueños cosas no escritas que jamás pensé que pensaría. Me despierto y resulta que no me he despertado y la lucidez cobra el peaje del peso de mil exponenciales por mi través, de mil heterodoxias, en un ejercicio de estilo que me es revelado en el tedio de la nada. Me despierto al mundo con los ojos abiertos y ojalá me equivocase por pensar que no.

Y es entonces, en la consecuencia de la forma, en la abstracción romántica de saber que el romanticismo murió y que vivo con doscientos años de ventajas y decadencias a mis espaldas, dos siglos de experiencias de trauma bueno y felicidad triste, cuando me encuentro en la soledad de la silla real desde la que escribo a oscuras acerca de una vida que nunca me es revelada."



J. L. Pomona.

Figura 1. Cuadrado negro (1923-1929). De Kazimir Malévich.

jueves, 21 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, XI: Compilar


"Compilar es una forma extraña de darle sentido a una palabra.

Si me preguntasen por lo que estoy haciendo en estos momentos, mientras escribo esto, diría Estoy compilando, y como mínimo cabría hacerse una pregunta: Compilando el qué.

Hasta hace unos años, el común de los mortales, excluyendo de esta comunidad a los seres vivos distintos del hombre, creía en la palabra compilar del mismo modo en que yo creo en la palabra tortilla cuando me apetece una tortilla o el papa en encíclicas cuando le apetece hablar en nombre de Dios. Es decir, que para todo el mundo compilar era eso que el diccionario daba en definir como allegar o reunir, en un solo cuerpo de obra, partes, extractos o materias de otros varios libros o documentos. Esto fue así hasta la expansión de los ordenadores como electrodomésticos cotidianos y, a día de hoy del todo imprescindibles, en los hogares, en las fábricas, en los colegios, en las oficinas, en los parques, en las montañas –tanto las altas como las bajas–, en los restaurantes de alto nivel, en las charcuterías y hasta en los sistemas de control de los grandes aceleradores de partículas (Fermilab y LHC), pues los pequeños se pueden manejar a pelo sin necesidad de ordenadores con tan sólo la fuerza de palanca de un brazo fornido con el que apretar tuercas y desenroscar tuercas.

En esta hipérbole de la tecnología surgió, sobre todo en los años 80, un concepto crucial para poner orden y mejorar las condiciones de acceso a los ordenadores (versión no arcaizante: computadores), como es la programación.

Mucha gente me ha preguntado por dicho concepto y no es algo sencillo de explicar ya que uno no encuentra las palabras coloquiales adecuadas con las que darse a entender ante un ignorante. Así, siempre comienzo hablando de ordenadores, y de componentes –digo: ésos circuitos verdes y bla bla…-, y continuo hablando de dos niveles: el que entienden los componentes (que podría llamarse ensamblador) y que se basa en conceptos puramente físicos, y luego el lenguaje enriquecido, que es lo que se entiende por programación.

Los nombres de los lenguajes de programación que, como ya he dicho, no se ponen en contacto directo con los circuitos y los chips y los multiplexores y los condensadores que pueblan las entrañas de un ordenador, son nombres curiosos. Existen nombres tan crípticos como C o su evolución C++, que parecen tótems, o al menos a mí me lo parecen, porque con una sola letra abarcan un mundo tan gigantesco que nadie es capaz de concebir un avión funcionando, o una ecuación diferencial compleja resuelta por un modelo matemático, o una caja registradora abriéndose, si no fuese gracias al uso de esta sigla y su implicación. Otros nombres posibles: Java, Pascal, Fortran, SQL, ADA, Perl, HTML…

La gente normal le da al botón del ordenador para encenderlo, con ánimo de ver las típicas ventanitas, los rótulos a los que nos acostumbramos, y poder mandar mensajes a conocidos, ver videos de diversa índole, escuchar música o programar. Y en la mayoría de las ocasiones, por no decir todas las veces que esto pasa, nadie repara en lo que va por debajo, en la pléyade de expresiones como las siguientes (ver más abajo), que hacen que nadie haya de hablar idiomas diferentes que el del sentido común para manejar un ordenador. Por eso cuando queremos abrir un archivo, le damos a Abrir. Y cuando queremos cerrar un archivo, le damos a Cerrar. Y nadie se preocupa de cómo hay que decirle a las partes físicas: esos pedacitos diminutos de silicio, y germanio, y galio, y seleniuros, y demás semiconductores; cómo se han de comportar para que un archivo se abra o se cierre.

Hay noches en las que me despierto y recito poemas a media voz. Me recreo en la pronunciación de los puntos y comas cuando programo en Java.

[…]
public String OrdenarTrazado(Hashtable DatosLlamada) {
Hashtable DatosTrans = new Hashtable();
Hashtable DefSalida = new Hashtable();
Hashtable SalidaA3WB01CO = new Hashtable();
if (!SalidaA3WB01CO.get("ERROR").toString().startsWith("OK")) {
return "Error~" + SalidaA3WB01CO.get("ERROR").toString();
}
return "OK";
}
private Hashtable ProcesarEntradaOrdenarTrazado(HttpServletRequest peticion) {
Hashtable Resultado = new Hashtable();
Resultado.put("orden", cc.SpacePad(peticion.getParameter("P0").substring(1, peticion.getParameter("P0").length() - 1), 11));
}
[…]


De todo el esfuerzo necesario para hacer entender a los pedacitos de silicio y germanio que pinten una ventanita o que reproduzcan tal canción, el mayor de todos es el pensar en términos de verdad/falsedad cada uno de los pasos que se van a dar. Por eso, programar es como tener ante ti un laberinto de esos que aparecen perdidos por entre las revistas de crucigramas y que se suelen resolver teniendo memoria visual. La diferencia es que aquí, en esto de programar, la clave está no en ver la salida del laberinto, sino en pensar como si no supieras nada y le intentases explicar álgebra a un mono.

Compilar se convierte en última instancia en el verbo del remate, en el gol de rabona, por decirlo con un símil.
Por ejemplo, ahora, mientras termino este texto, voy al editor de texto que uso para compilar mi programa de java y observo con gusto que el resultado ha sido:

>Exit code: 0

que significa que todo está correcto y que si luego las cosas no van bien no será porque las haya expresado mal, sino porque están mal pensadas. Pero eso ya será otro problema.


Compilar: 2. tr. Inform. Preparar un programa en el lenguaje máquina a partir de otro programa de ordenador escrito en otro lenguaje."
J. L. Pomona.

lunes, 18 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, X: El eclipse

"Mira la luna, le dije.
Ella pronunció un Qué le pasa lleno de desdén y de autarquía, o ganas de sexo contenidas, o poemas de Apollinaire

. .{ El signo de abrir llave es una cara sin ojos
. .el de cerrar, una cara sin dientes
}

o yo qué sé qué.
Entonces me puse serio porque lo de la luna no era normal y quería hacérselo notar.

Joder, ¿no ves que no es normal? Parece un eclipse de luna… -insistí.
Si tú lo dices…
Está rojiza y es como si le hubiesen dado un mordisco. Eso no es normal. Una nube no la taparía de ése modo…
Si tú lo dices me lo creo.

Ahí me enervé. Me molestaba muchísimo que aceptase las cosas como un corderito, que no opusiera resistencia. No ya por el hecho de que quisiera un punto de vista más crítico o razonado, sino porque me daba la sensación de que le importaba cero coma tres (sobre un máximo de setecientos trece) lo que le dijese sobre la luna.

Escucha esta, me dijo mientras me ponía una canción de Chromatics en su iPod. Sonaban noventeros, como algo inútil redescubierto al abrir un cajón cerrado durante mucho tiempo. He de reconocer que, en aquél momento, me gustaron.
Sé que reparó en mi cara, que era de expectación comedida, y se agobió un breve instante pensando en que aquello no me estaba agradando lo suficiente. Por eso cambió rápido de canción y puso All I need, del último disco de Radiohead. Aquello era jugar sobre seguro. Lo que me salió entonces fue quedarme en silencio mirando la tortilla de patata blanquiamarillorojiza que era la luna, que seguía estática a unos 20º del horizonte, con su bocado indescifrable. Y tras pasar cincuenta y tres segundos abstraído reparé en ello.

¡Soy gilipollas…
Ella puso cara de mueble estilo Luis diecialgo y le expliqué el asunto.
…y tú eres imbécil por darme la razón!
- dijo ella.
Sí, joder… Lo que ocurre es que está en su fase. Sin más. Un poco más de cuarto creciente…
Ella salta, sarcástica: Es que… Cómo iba a ser un eclipse de luna… Nos habríamos enterado, ¿no crees? Además… Está durando mucho para ser un eclipse…
Claaaaro… Como hemos leído al detalle la prensa estos días y un eclipse de luna es taaaan importante… Además, que sepas que un eclipse de luna dura como ¡5 horas!

En vista de lo anterior me quedo pensando en si rebanarle el cuello con la katana que guarda bajo su asiento el tipo armenio sentado delante de mí (se le nota en la mirada que es armenio) o si decirle que sí dándole de su propia medicina.

[Elijo la opción número uno pero alguien ha arrancado la página en la que continúa dicha línea argumental y, frustrado, acepto la segunda opción].

/Horas después, mientras paseamos por la calle…/

¡Hostia! ¡Mira la luna!, le digo.
Qué le pasa.
¡Tenía razón! ¡Es un eclipse de luna!
Vaya, es verdad… Qué bonito…
Sí…"
J. L. Pomona.

jueves, 14 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, IX: La congruencia de H.

"H. está mirando por la ventana y pasa una bandada de pájaros perennifolios.
H. se sienta en una silla.
H. piensa en los días de su vida como una ristra de ajos descascarillados.
H. sabe que es muda sin serlo
y está ilusionada con el color de lo alto,
que es bello generalmente.

H. no tiene nombre, vive de comer y apellidarse.
H. escucha una canción que se llama Moksha pero no lo sabe.
H. parece una mirada remedada de lo que fue Aral [45º0'N 60º0'E]



en kazajo Арал Теңізі, Aral Tengizi
en uzbeko Orol dengizi
en ruso Аральскοе мοре
en tayiko y persa Daryocha-i Khorazm



hace décadas.


H. contiene millones de números y hace incisos…

[La teoría de números es la forma moderna de referirse a la Aritmética de Diofanto. Ya desde el Shulba Sutras indio (s. VIII-VI a. C.) se buscaban soluciones para las ecuaciones que ahora llamamos diofánticas, las cuales tenían hasta 4 y 5 incógnitas.
Dentro de la
teoría de números hay conceptos y palabras más que interesantes. Conceptos atrayentes. Uno de estos es el concepto de congruencia, que viene a ser cuando una serie de números poseen un resto común al ser divididos por un mismo número, diciéndose entonces que todos los números de la serie son “congruentes módulo n”, siendo n el número por el que siempre se divide.


Lo anterior es curioso. Sobre todo cuando se entra en detalles y se empiezan a ver las propiedades de los números: su aritmética de reloj -los números “dan la vuelta” llegado cierto punto-. De este modo, si se pinta la serie esquemáticamente se tiene un peine en torno al cero, todo lleno de barbas simbólicas y abstracción de grado 8-
E.C.H.O.[1]
Además de la congruencia, los números tienen otras propiedades bellas como el teorema chino del resto o la conjetura de los números primos gemelos, que es el despiporre en toda reunión familiar de matemáticos. Pero esos ya son otros temas…]

H. es día que nos conocimos y el tacto del césped sin túneles carpianos.
H. son estampas quiméricas.
H. se piensa en términos de sí o no, es reflexiva, se piensa.
H. huye de lo opaco por miedo a la luz de las explosiones termonucleares.


H. contiene pómulos mirándote desde abajo, en la grandeza.
H. se suicida antes que nosotros.
H. fomenta.
H. crece, espasma
y se considera a sí misma muchas veces huecos intermoleculares, fuerzas de Van der Waals que no sujetan ni sus partes, ni sus dientes siquiera.

H. diserta sobre el color como quien lo hubiese perdido todo.


H. me inquieta y me deslumbra.
H. soy yo cuando la miro.
H. sopesa y, cauta, predice hiperbatones aunque a veces no.
H. es la elipsis no escrita entre los hiperbatones y el aunque.
H. es el señor de lo tropos.
H. es la paragoge que no llegó a ser epítesis porque sufrió de inconsistencia
H. es la ecthlipsis:


Ni menos la voluntad
de tal manera


Jorge Manrique.


H. son ocho millones cuatrocientos cincuenta y dos mil trescientos diecisiete escrito con números eslovenos y su pronunciación mientras el bus se va hacia tu casa.

H. es la cara de Boltzmann en su ahorcamiento.
H. es un viaje a Trieste que nunca hicimos.
H. vendrá de Crimea como la peste bubónica, esplendorosa y Terrible.
H. es un boyardo espurio en el siglo XIII.

H. es anecoica porque mis voces entran en ella y no se desprenden
y se descuelgan y giran
y hurgan en la zona muerta como quien buscase allí el sentido último de la vida
H. es el nuevo mundo de Malick visto con gafas rojas y azules, estereoscópicas.
H. es prosaica y lo contrario de prosaica.

H. huele a carcoma y gorgorito: productos fatales de lo vivo.
H. suena a risa pequeñigrande.
H. es una invención del idealismo realista.

H. son 8.452.317 conjuntos vacíos de letras que se evaporan
y aman.




Y cuando escribo esto,
pienso en Gödel partiendo la cara a Popper en el mayor arrebato de genialidad


de la Historia del mundo."





J. L. Pomona.












[1] E.C.H.O. son las siglas de Escala de Comprensión Humana Objetiva ideada por Estanislao Fromm en el 2012, en el Congreso Refundacional de Viena.

Historia de lo cotidiano, VIII: YKK


"Tengo en mi poder una revista Blanco y Negro del año 1968. En la portada de la misma aparece una fotografía panorámica de Gijón y en la parte inferior, una banda roja gruesa en la que hay dos rótulos. El de arriba, más largo en palabras y pequeño en tamaño, habla de la Costa Verde casi como si se tratara de un eslogan turístico pero, el de debajo, es bastante extraño por el contexto; en él se lee con letras muy grandes, todas ellas mayúsculas, “LA ANTIMATERIA”.

Cuando abro las páginas de la revista veo reportajes excelentes firmados por tantos académicos de la Real Academia Española (abreviado se dice R.A.E.) que si uno se fija bien, se podría incluso construir a modo de pasatiempo alguna que otra palabra hueca con las letras de los sillones sobre los que se sentaban dichos miembros de la R.A.E. Por ejemplo BoJ, o FvJ, o quizá YKK (imaginen que el académico correspondiente a la K, que actualmente es Ana María Matute, escribió dos textos y que, además, existe el sillón i griega, aunque en realidad no sea así).

Ahora, llegados a este punto, me detengo porque me quedo pensando en la situación. Mi cabeza ha llegado a un trampantojo, un choque visual con lo real, lo plausible y lo razonable. Tengo ante mí la palabra YKK. Si uno no lo sabe, puede hacer el siguiente experimento:

1) Inclinar unos 22º su torso respecto de la vertical hacia delante.
2) Asirse la bragueta del pantalón buscando la cremallera.
3) Buscar las letras que aparecen en el tirador de la cremallera.

Resulta que si uno busca corriendo a otra persona puede comprobar con un 76% de probabilidades que en la bragueta de ésa tercera persona, pondrá también YKK. Esto es así y nadie puede dudar de ello.

La solución al enigma no estriba en la francmasonería ni en conspiraciones extraterrestres sino en una firma japonesa que lleva un siglo poniendo solución a nuestra impudicia. YKK son las siglas de Yoshida Kōgyō Kabushiki-gaisha que es el nombre de un señor japonés antiguo que lo escribía de otra forma. Así:


吉田工業株式会社


El hombre en cuestión se llamaba Tadeo Yoshida, aunque bien podría haberse llamado Francisco Vilchez Jiménez y ser de Moratalaz. En este caso, las cremalleras no se hubiesen llamado YKK sino FvJ, que es más dinámico y, sin lugar a dudas, menos estridente al oído que un “i-ka-ka”.

Por esto que cuento, cada vez que leo algo acerca de la antimateria me doblo 22º según el procedimiento y acto seguido no puedo por más que sonreír al echarme la mano a la bragueta."


J. L. Pomona.

martes, 12 de agosto de 2008

El uno

"He pensado estos días en la consistencia del número uno. Y no digo esto desde un punto de vista simbólico o con ánimo de empezar aquí la explicación de una parábola sobre la soledad. Es más sencillo que todo eso. El número uno es una raya, un segmento más o menos recto según lo dibuje una persona o lo imprima una máquina, y según sea trazado a, con o sin conciencia por quien quiera que lo pinte. Lo más gracioso del número uno es la disposición de su morro, ésa especie de alero que le sobresale por arriba. Si uno se fija bien, el uno que pintan la mayoría de las fuentes dadas por defecto: las arial, las times new roman, las courier, las calibri, las garamond, las helvetica, etcétera, es un palo más o menos rectilíneo con un saliente que recuerda al pico de un pato. Es un morro que por debajo se cruza perpendicularmente al tronco vertical y que, sin embargo, posee por encima una curva suave que armoniza lo rígido del resto y que plasma a nuestros ojos la cara del pato, la sonrisa simbólica de un ánade o de un ganso o del mismísimo tío Gilito.

Cuando el uno tiene más sentido es cuando se piensa en términos binarios. Es en esos casos cuando cobra un sentido definitivo, cuando ya no es un cúmulo de circunstancias sino un caso de entre dos posibles, el blanco de lo negro, el efecto de una causa, la cara de la cruz, el pozo y la barrera de potencial o el viceversa de todo lo anterior.

El uno es, por tanto, el más impropio de todos los antónimos, porque si se piensa rápido se sabe del ninguno, del cero, su Némesis por antonomasia, pero si se rodea como quien rodeara un árbol viejo, se observan mil matices o quizá seis mil quinientos y pico millones de matices, e incluso más. Un matiz y pico por cada uno de los habitantes del planeta Tierra.

Es una idea extraña: pensar que por el hecho de nacer, cada uno de los seres humanos que pisan y cocinan arroz y respiran gases enrarecidos sobre la corteza terrestre, ya vienen con conceptos preestablecidos de serie como son dos orejas, seis ojos, o cuatro/cinco miembros totalmente prescindibles de nombres variados (cola, trompa, brazo, pata, pierna, rabo, pene), lo cual les confiere eso que dan en llamar personalidad o, como ellos dicen mucho, un yo.

Los seres humanos incluyen en su forma de hablar el yo para manifestar que existen. Es extraña su afición continua por autoafirmarse. Es algo que roza lo esperpéntico y que, aunque es una neurosis de manual, ellos aceptan como algo cotidiano y normal. Si viviesen en Rigel-3 serían ajusticiados so pena de pluralicidio, aunque bien es verdad que en Rigel-3 son muy suyos con eso del plural mayestático. Ellos dicen que son fans del papa de Roma, pero lo suelen decir a modo de broma (en Rigel-3 son muy guasones). Cuando un humano se expresa habla de sí mismo en términos del yo con el que ha nacido y que a lo largo de su vida ha ido forjando. Son pocos los humanos que varían indistintamente las formas de lo colectivo en su modo de relacionarse. Una vez vi en la televisión a un tipo que hablaba en segunda persona. Dijo cosas como Tienes que pensar por dos, o, Es complicado que llegues a convertirte en alguien, o, Pareces un extraño de ti mismo. El tipo parecía un loco, es verdad y, como tal, así lo trataba la entrevistadora, haciendo continuas referencias a su lobotomía.

Dentro de su lenguaje continuamente hacen referencias implícitas al yo. En la conjugación de sus verbos, que son los símbolos que representan todo lo que hacen incluso cuando no hacen nada, unas veces aparece la palabra y otras se elimina porque consideran que es redundante -¡réprobos ellos!- el incrustarla ahí. Pero pensándolo mejor, cuando ven el mundo, cuando escriben cosas como ésta, diferencian su yo de los yoes ajenos que dotan al suyo de realidad. Así, hablan con artículos indefinidos como un/una/unos/unas y/o con artículos definidos, que son como los anteriores pero conociendo hacia dónde apunta el dedo, los el/la/las/los, y hacen trampas cuando piensan cosas como ésta, ya decimos, porque parecen salirse de la norma de sí mismos, su propia condición de seres triespaciounitemporales, como en un engaño de abstracción y objetividad, consiguiendo únicamente el ridículo de hacer lo mismo que los miles de millones que existieron antes pero creyendo ingenuamente que sus yoes son distintos."

J. L. Pomona.

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Figura 1. Escala de unos en Times New Roman.

lunes, 11 de agosto de 2008

Sobre el hacerse entender

"En el pasar de las páginas de cada libro hay un guiño cómplice al sometimiento, a la caída infausta al final presuroso y al suicidio anticipado. Cada segundo, cada mísero instante de noches pasadas en vela pensando y pensando, dejamos de ser un poco más nosotros para convertirnos en otras cosas, la mayor parte de ellas no identificables, no expresables en parámetros o términos o palabras.

Es un problema común, el más frecuente de todos los imaginables, el hecho de no poder expresar mediante el lenguaje un acontecimiento, un suceso, un detalle o el más vulgar o sencillo sentimiento. Es por esto que digo que cuando no sabemos qué decir recurrimos a palabras vacías de explicación, axiomas del pensamiento humano, como la palabra “cosa” o la palabra “ente” o la palabra “algo” o peor, la palabra “nada”.

Es frecuente que por este motivo desboquemos palabras en usos inadecuados y aborrezcamos el estupor de lo comedido por saber que no existe nadie capaz de sinonimizar o de antonomizar, de taxonomizar al fin y al cabo, en la proporción de las magnitudes que abarca nuestra imaginación –dicho esto con la mesura de un contrapeso: por un lado la grandeza de lo único y por otro la vergüenza de la frustración–, cuando se trata de pensar en lo que nos rodea y de exponerlo por escrito para transmitir las impresiones de nuestra complejidad.

Si bien hay gente capaz de alejarse de esta circunstancia, viviendo al margen de sus menosprecios y sus ignominias, a mí me provoca el mayor de los traumas no identificar en lo transmitible la voz adecuada, el giro, el tropo o el matiz preciso con que hacerme entender en la medida en que desearía me entendiesen."
J. L. Pomona.