martes, 30 de septiembre de 2008

Texto 10: Oporto


"Esta ciudad es una explosión de ventanas mal puestas,

de tejados deformes poseedores de tejas sucias y chimeneas oblongas o rotas o cariacontecidas.

Esta ciudad es un paseo en barco nunca realizado, un ticket de cafetería volado por la brisa.

Esta ciudad es una explosión de pasos, con sus pies respectivos llenos de zapatos y personas desconocidas llevándolos, un choque de miradas impensables con lo prudente y lo unívoco, un bajar las cuestas que la conforman, todas ellas pindias, y ver sus cafés Majestic o A Brasileira y pensar en el tiempo de los románticos.

Esta ciudad son mis ganas de que el mundo se acabe y pueda verlo contigo sin más sentimiento que el querer darte la mano.

Esta ciudad es ondulación de agua y vino que da calor y provoca nostalgia en paseos de otros.

Esta ciudad son gaviotas disonantes a cualquier hora. Es siesta y sombra y melancolía. Es decadencia, como dice todo el mundo.

Esta ciudad es luna y mujeres que llevan una cara para cada persona que lea esto, que tienen los nombres adecuados del amor y que se asoman a balcones y gritan y son mejores cada vez, cada segundo que pasa.

Esta ciudad, son hombres que lloran y tienen manos que se meten en bolsillos y que acarician cautelosamente los precipicios.

Esta ciudad son dos: el sentimiento y la imposibilidad de expresarlo."


J. L. Pomona.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Épica de los trozos que somos y de las partes que dejamos de ser

A Hans Magnus Enzensberger, por la pasión de sus incredulidades




Es en el lugar más recóndito de lo que no es
fuera de todo lo siquiera acontecible,
donde tiene lugar el espacio, donde todo se abomina
donde las siete veinticuatro son sábanas contrarrevolucionarias
donde tu cara es un sistema de perífrasis verbales rotas
dispuestas a conformarte en persecuciones obligadas de coches y disparos y gabardinas

Es en la familia de ácaros que hay debajo de tu cama,
donde cobra sentido el amor
por la especie de homínidos que vive a ultranza el apocalipsis de lo cotidiano:
la debacle y los phoskitos.

Y así, juegas tus partes a disimular, vistes de lejos brazos,
revisitas pedazos de letras en cartas de papel negro trazadas a tinta oscura.
Y bañas los gestos, al gesticular, en retazos someros de paisaje antillano,
de lugar no visto, o apenas contemplado,
de peste bubónica o enfermedad terrible o pandemia inapropiada.

Y por eso, el horizonte se fabrica de tu mano cuando lo miras
y es ungulado y tiene un tacto cárnico y montañoso,
que es la forma en que yo veo las montañas de mi hogar en colores diversos

Y, por eso, el imposible se contiene en un querer sin poder
al estirar tu brazo de un modo rutilante y bello,
queriendo ser final sin siquiera principiarse.

martes, 2 de septiembre de 2008

Historia de lo cotidiano, XVI: Brest.

Brest en 1918.

"Una vez estuve en la Bretaña francesa visitando pueblecitos típicos. Pasábamos casas y pueblos y alguna cara nos miraba como si fuésemos vacas. Íbamos dentro del coche pero, a pesar de ello y por un motivo que desconozco, sabían que éramos extraños, extranjeros [un romano de hace 2100 años diría: bárbaros].


La sensación era confusa. Por un lado era inquietante por sentirnos fuera de todo aquello, por sabernos descontextualizados usurpadores de un pedazo de espaciotiempo que no nos correspondía. Habíamos cogido nuestra máquina para viajar en el espaciotiempo -el coche-, y nos habíamos trasladado dejando que las horas pasaran, obligando a que los idiomas fuesen diferentes, a que incluso, tuvieran cabida los dialectos, esas versiones polarizadas de lo mismo visto por ojos cercanos pero no por ello iguales.


Por otro lado, nos sentíamos bien. No es que nos sintiéramos bien como se puede sentir un árbol o bien como cuando Siddharta habló en boca de Hesse para decir que "todo aparece un poco diferente cuando se lo expresa, algo falseado, un tanto necio, sí, y también esto está bien y me complace muchísimo; aun con ello estoy perfectamente de acuerdo, que lo que es tesoro y sabiduría de un hombre suene de un modo tonto en los oídos de los otros".


Lo nuestro era algo más mundano, más como de estar viendo el paisaje callados y observar la mirada de los lugareños apáticos en nuestro avance sostenido. No pensábamos en grandes cosas. Quizá un Vaya, qué nubarrón aquél, o Qué bien que comimos en Brest, o Aquél islote era precioso, o Qué pena que hayamos de morir sin haberlo visto todo, habiendo podido hacer, ser, querer, anhelar, disfrutar, soñar, imaginar, crecer, saltar, follar, reír, pensar, tramar, matar, correr, oler, escribir, componer, viajar, ver, recapacitar, reflexionar, pensar, repensar, destruir, habiendo podido hacer más, en definitiva, de lo que imaginamos que haríamos, de lo que pensamos que haríamos, lo que deseamos hacer, lo que hicimos, al fin y al cabo, con nuestra vidas mientras las disfrutábamos.


Y no hay más sutileza que la mirada triste del recuerdo que se olvida, mientras la mente se niega a cerrar cajones viejos con los que fabricar la novedad de un mañana que es pérdida, desazón comedida y pausada ante el miedo a la Desaparición."



J. L. Pomona.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Historia de lo cotidiano, XV: Descripción del beso



"Piensa en esto: Un beso es la circunstancia de todas las cosas hechas, destrozándose.


Cuando se acerca es terrible, magnífico, paradisíaco. Cuando llega, evade, ensalza las partes en volutas tan hermosas que son imposibles de pensar, te convierte en un eco de silencios. Y una vez ha pasado, trauma; no por la sustracción de su momento sino por el hecho aciago de tener que recapacitarlo como único apego al disfrute.


Si me preguntas por la descripción del beso te lo describiré no con palabras sino con ideas, con tragos de saliva pasando por la garganta, con esperanzas de nuevos besos, siempre mejores a otros por imaginarlos distintos.


Te diré que cuando el beso llega es como si todo se fuese ralentizando. Que voy caminando por la calle y de pronto los pasos de los desconocidos se hacen más torpes, las hojas se baten más pesadas hasta la quietud mortal, los coches se detienen, se hace el silencio. Que los brazos abrazan, los míos a los tuyos, y viceversa. Que los ojos no miran, se solapan, se obstruyen en sus recorridos con propósito de final. Y te diré también que la percepción se diluye en el marasmo del absurdo.


Lo claro, lo visual, viene a ser la descripción del hecho. Es entonces el beso en sí, su propia sustancia, cuando se atiene, cuando si se piensa, se forma y se envuelve con palabras. Así, el beso es para mí una especie de tsunami gestándose a lo lejos. De cada una de las calles que nos rodean se atisba una pared de agua, que siempre es negra, y que viene a una velocidad hipersónica contra nosotros. En su avance, este agua negra que va opacándolo todo, se acerca a nuestra equidistancia de labios de un modo radialmente simétrico, sin fisuras ni esquirlas. Entonces, llega un punto de no retorno tal que cuando la ola ya es una muralla china, cuando tu cara y la mía se encuentran rodeadas de nuestros cuerpos, nuestras vidas y una pared redonda e infranqueable nos circunvala como si estuviésemos en el fondo de un pozo insostenible, es entonces, te decía, cuando el mundo explota en una blancura tal que nos quedamos ciegos.


En el transcurso del beso, se mueren los dueños de los labios. Sus sensaciones sólo son el chasquido húmedo del cruzarse, el roce silente del tocar de cabellos, el tacto aterciopelado de un lóbulo de oreja y el abrir levemente un ojo como queriendo demostrarse a uno mismo que el mundo sigue ahí, que la realidad sigue siendo.


Si me preguntas cómo pienso un beso, te describiré el momento. Te hablaré de los antes, de tsunamis y de pozos insostenibles de color negro que saben a saliva de otros. Te hablaré del olor del pelo de mil personas. Lo que no puedo explicar es qué hay más allá cuando las bocas ya se han distanciado y la destrucción predicha hubo acontecido."



J. L. Pomona.