domingo, 20 de julio de 2008

Historia de lo cotidiano, VII: Tres detalles de realidad


“Ayer estaba en una esquina de una calle, apoyado sobre un muro de piedra, hablando por el móvil con una joven que hace de su ilusión mis ganas. Hubo un momento en que reparando en lo que decía, salí del ensimismamiento habitual del que está hablando por teléfono y reparé en lo que había a mi alrededor.

Lo primero es una esquina, una confluencia de dos calles que, como suele ser habitual, formaban noventa grados. Justo en el canto derecho de la esquina, según yo la veía, había un pequeño grafiti que ni siquiera estaba hecho con espray. Pintado con una especie de tiza negra, o con un pedazo de carbón mineral, había un símbolo de pi al cual rodeaba un círculo mal hecho. Lo extraño era que el círculo rodeaba π cortando sus patitas, y ello confería al dibujo una expresividad enorme. Parecía como si de un símbolo numérico naciese un árbol imaginario pintado por un niño. Quizá un olmo o un arce o un roble. Desde luego un ciprés no, porque los cipreses no tienen forma circular –les gusta pinchar el cielo y comer cadáveres–, y porque a ningún ciprés le gustaría vivir en una diminuta esquina en la confluencia recta de dos calles.

Lo segundo que vi fue una puerta de un bar abandonado en la que había un cartel que rezaba –no oraba, ni decía, sino rezaba– “Hay cocacola fría. 2 euros”. Y esto si se piensa un poco es triste. Yo supongo que allí dentro ya no quedase ni cocacola ni agua siquiera. Pero el detalle de que dicho cartel se quedase allí, solo, como mensaje de bienvenida a un alguien que nunca llegaría a bienvenirse, era algo triste. Pensé en el momento de su creación. En cuando Dios creó el todo, en cuando el todo se separó en partes. Pensé en Abraham, en Josué, en Isaías, en Daniel, en Zoroastro, en Nabucodonosor, en Visnú. Pensé luego en el imperio austrohúngaro y en Tycho Brahe, que murió por aguantarse las ganas de orinar en una cena, lo cual le provocó una cistitis horrible y fatal. Luego pensé en el día en que el dueño del bar le pidió a su hijo adolescente que le hiciera aquél cartel de ése modo y no de otro. Pensé además en el niño escribiendo aquello en el WordPerfect 6.0, esperando segundos a que un Pentium 166 aumentase la letra a tamaño 72 y la pusiese en Comic Sans. Por último imaginé el proceso de impresión en aquélla Epson de inyección de tinta tan cara, que había sustituido a las matriciales, y en cómo el padre cogía el cartel, un mero DIN A4 (Deutsches Institut für Normung), y lo pegaba con esmero en el cristal de la entrada para que más de diez años después yo pudiera leerlo.

Lo tercero y último que vi fue a un tipo corriendo que se llevaba mi móvil.”

J. L. Pomona.




Epifanía del relato previo: En su agonía Tycho repetía una y otra vez Non frustra vixisse vidcor ("Que no haya vivido en vano").

4 comentarios:

Ella dijo...
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Ella dijo...
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Ella dijo...
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M.Hausmann dijo...

usted y yo tenemos un proyecto común, y usted lo sabe.

"Sin ilusiones, vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones".