lunes, 14 de julio de 2008

Historia de lo cotidiano, V: Jordi



“Tengo un amigo que se parece a C16, el personaje de Bola de Dragón. Él tiene un amigo que se parece mí (esto es: yo), pero tiene otro punto de vista diferente al mío. Para mí él es alto, y quizá para él no es tan alto, porque yo pienso que hay pocos más altos que él y quizá él piensa que no son tan pocos los que hay que superen su estatura.




Cuando le pregunto Cuánto mides Jordi –porque se llama así, Jordi, con una jota pronunciada como una i griega o una elle–, él me responde Por qué. Yo le insisto y le digo Porque quiero saberlo, y él me suelta con desdén Uno ochenta y seis. Luego nos quedamos callados, como cuando vamos en el metro tres cuartos de hora y no decimos nada de nada. Y da igual. Él se queda callado y yo no tengo nada que decirle. A veces se me ocurre alguna tontería y, a veces, dentro de las veces anteriores, la digo y, otras veces, también dentro de las primeras veces, me la guardo. No me guardo las tonterías por pudor ni por lo que él vaya a pensar de mí por decir cosas como “¿Te has fijado que antojo y anteojo son casi la misma palabra y significan cosas muy diferentes? Quizá sea porque un antojo es algo con lo que nuestro cerebro se encapricha y forma una imagen mental de ello en nuestra ‘vista-imaginaria’, cosa ésta que creo está situada encima de los ojos pero por dentro. Y luego, un anteojo es una versión más pragmática de lo mismo, un aparato para ver lo que tenemos delante… ¿No, Jordi? (y le golpeo en un costado dándole un ligero codazo)”. Cosas así, me las suelo guardar por pereza.



A veces, cuando las suelto, él espeta un bufido o se ríe pensando Qué tipo, o suelta un Vaya tío loco… Y cuando se despide dice Venga chaval



A mí me hace mucha gracia y me hace carcajearme por lo bajo cuando lo llaman al móvil y se pone a hablar en valencià. Es como si se lo inventara sobre la marcha y siempre pienso que se está quedando conmigo, que no sabe valencià. Es tan gracioso que me dan ganas de ponerme a mí a hablarlo y, cuando lo intento, justo cuando él cuelga, no me sale. Es frustrante. Es casi igual de frustrante que despertarse de esos sueños en los que crees saber tocar la guitarra o el piano y constatar una vez que las ganas te impulsan a ello que no, que no sabes y que nunca has sabido sacar notas de ninguno de esos instrumentos.



Mi amigo Jordi es muy gracioso cuando se ríe, porque hecha miradas de soslayo muy rápidas como sopesando la reacción de los demás. Si los demás se ríen, se ríe sinceramente y a carcajadas, pero si los demás no se ríen saca su cuchillo de ironía fina y clava estoques por doquier. Es un tipo listo que viste de seda.



Se sienta a mi lado y, mientras escribo esto lee correos y pulsa el botón F5 y se acuerda de su novia y también escucha música o simplemente se pone los cascos para que yo piense que está escuchando música y no le pregunte naderías o no lo avasalle con reflexiones llenas de antojos o anteojos.



Cuando se pone de pie lo miro y ya no me parece tan alto, y cuando se inventa bailes es como si Dios lo hubiese convertido en director creativo de la sección de danzas. Bien es cierto que yo no creo en Dios, pero eso da igual a estos efectos.



Mi amigo tiene la cualidad de ser buena persona. Y eso es bueno, claro. Es intrínsecamente bueno, por decirlo de algún modo. Del mismo modo que también pueden ser intrínsecos los perros, los rayos, los líquenes –estos siempre son intrínsecos–, el rape en salsa verde que prepara mi tío y la manera en que Jordi me mira de refilón (no diré de nuevo soslayo) mientras pulsa F5 haciéndole entender así a su ordenador que tiene que auto-actualizarse.”

J. L. Pomona


Imaginario: El padre de Jordi, que se parece a Bruce Willis hace once años exactos.

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