viernes, 11 de julio de 2008

Historia de lo cotidiano, IV: La bifurcación de Hopf


“Conozco muchas mujeres que van por la vida mirando sin mirar. Cuando ves sus siluetas acercarse a ti haces como si no existieran en un acto magnánimo de desdén fingido pero, un segundo después, en la proximidad de los dos metros y medio, alzas una centésima de segundo la vista y las miras. Esto lo hacemos todos los hombres siempre. Siempre. A veces también lo hacen algunas mujeres lesbianas y muchas mujeres no lesbianas que sienten las feromonas enemigas como si fuesen rayos X blandos aproximándose con ánimo alevoso.

En ése aproximarse ves que ella había estado aprovechando tu desdén fingido para observarte pensando que tú no estabas en la misma fiesta. Obviamente, retira la mirada y el desdén pasa de tu cara a la suya como en una carrera de relevos de ésas en las que el equipo español siempre lo hace mal y todo da un poco de vergüenza ajena.

Es justo en el instante del cruce cuando su paso remueve el aire, se provoca una turbulencia en la quietud previa de la bolsa de aire imaginaria que se encuentra a tu costado y surgen las vibraciones que, en distintas frecuencias, dan origen a la suma de movimientos periódicos, cada vez más complejos, que los físicos dan en llamar bifurcación de Hopf.

La teoría de Hopf, que hizo a medias con Landau, quizá en una introspección de sus yoes o quizá mientras veían La Hora Chanante -quién sabe-, digamos que sirvió durante tres décadas para explicar el fenómeno de la atracción física entre desconocidos debida al devenir de la turbulencia y, pasado éste período, se vino abajo. Dos señores llamados Ruelle y Takens aplicaron el caos al problema y, claro está, cuando se aplica caos a algo, ése algo se soluciona mejor que como se solucionaba antes de que el caos estuviese presente, cosa ésta contraria al sentido común. Esto es siempre así y, aunque los físicos lo saben, el resto de los mortales no. En definitiva, estos tipos destrozaron la bifurcación de Hopf sin paliativos reduciéndola a un mero trasunto de dinámica de fluidos. Ellos decían, Ruelle más que Takens, que el flujo presenta caos abruptamente cuando se perturba el remolino que tiene dos frecuencias de oscilación simultáneas. Así, varía la forma del atractor que estaba sobre el toro y se observa, ahora, que hay una estructura fractal, es decir, caos.

Así es como surge la percepción del olor femenino dentro de la pituitaria y todo lo que va después.

Justo cuando la separación entre la desconocida y yo es de dos metros, la bifurcación de Hopf –quepa decir que yo soy muy devoto de Hopf–, hace que me embriague su olor, totalmente desconocido hasta ése momento para mí, y me enamore de ella instantáneamente [ipso facto, en latín] hasta el fin de los días que me quedan erguido sobre la faz de la corteza terrestre, lugar vasto e iracundo que, con sus rarezas, me parece un buen sitio para vivir. Pese a todo.”

J. L. Pomona.




Imaginario: Metrópolis (Osamu Tezuka, 2001). Suena I can’t stop loving you, de Don Gibson, mientras el mundo se cae a pedazos y esta ciudad explota.



Aclaración [teoría del trabajo y de la conducta humana]: No es plausible pensar que en todo grupo social sustentado en relaciones laborales ha de suceder en toda circunstancia el efecto Hawthorne (el aumento de la productividad unido a la sustentabilidad de la empatía grupal y no a la mejora de las condiciones laborales, tanto grupales como individuales). La presión del grupo no siempre convierte al “hombre racional” en “hombre social” pues ello aliena al individuo.

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