lunes, 7 de julio de 2008

Cotidianeidad.

Con frecuencia pienso que sólo sé manifestar mi experiencia apoyándome en el aburrimiento de lo cotidiano, que siempre es parco e infame y no dice nada. Es una sucesión de iteraciones que me sostienen y me alejan de mí, de lo que soy o, peor aún, de lo que quiero ser.

Escucho una y otra vez, día tras día, las mismas canciones. Ahora toca skinny love, más tarde for Emma y luego lump sum. En torno a mí se mueven personas por la oficina y de sus bocas salen palabras inconexas como transacción o validar o servicio que interrumpen la perfección de mis melodías. Son ruidos que me atan un poco a este lugar y evitan que me pierda en Oregon, entre depresiones y nieve.

Estoy rodeado de cotidianeidad. Tanto es así que creo que podría hacer monólogos cómicos al respecto sin más esfuerzo que relatar lo curioso que es ver plasmada la empatía de un cualquiera en lo que a mí me sucede, como un cualquiera que soy. Decir por ejemplo algo al respecto de cómo se gastan los bollos cuando alguien convida al grupo el día de su cumpleaños, en cómo tal compañero se comporta como una hiena, en cómo en esos momentos el jefe se acerca a ti y cambia su modo imperativo por uno más distendido que te hace sentir ilógicamente más incómodo, como si pensaras que el león no puede hacer un inciso, acercarse a la gacela y decirle Qué, qué tal el fin de semana…

Pasan los días y ni me doy cuenta. Y es en mis horas de trabajo cuando recapacito, evitando que los jefes que por aquí pululan me descubran haciendo mal lo que mejor hago: nada. Por eso, disimulo. Porque no tengo apenas nada que hacer y me dedico a escribir, a pensar en mi vida, a hacer planes ínfimos en los que imagino a gente nueva, con caras nuevas, hablándome de cosas que desconozco y que desearía aprender. Y todo eso me suscita intrigas y curiosidad, una especie de dejarme llevar por la madriguera de conejos. Se termina el temor a morir, bajan las revoluciones y me sosiego, pero aún queda un poso de desaprovechamiento, de no querer estar solo y, al mismo tiempo, esforzarme en el gusto por esa soledad, pese a que ello sea paradójico.

Y es así como ha llegado julio.

No hay comentarios: