lunes, 19 de mayo de 2008

Kazajstán (inicio)

Se sentarán sobre los ojos porque estarán cansados de ver tanto que han visto, y hablarán sólo cuando sea estrictamente necesario para comunicarse sentimientos incontrolados, y ya no tendrán nariz porque todo será tan fétido que se les habrán cerrado las fosas nasales.

El leñador contaba esta historia a su hija, una niña ínfima y esquelética de piel azulada y pelo grisáceo como el tronco de los abedules. La historia se repetía en la boca del hombre como un rasgo de su carácter pero sobre todo, como un empeño de continuidad, una obsesión de que el día tras día, el sobrevivir, era lo único que les quedaba a todos en aquellos momentos desgraciados. Su vida ya no era una suma de esperanzas y logros, mas al contrario, consistía en un acto viral contra el pronóstico de lo externo, algo que por tradición conducía a la muerte.

Habían pasado seis años desde que empezara todo. El Chimborazo fue el primero, pero luego se sucedieron las explosiones en Hawaii, Canarias, Kamchatka e Islandia. A las explosiones iniciales, que fueron algo jamás visto por el hombre moderno, les sucedieron en pocos meses terremotos a escala mundial que asolaron gran parte del globo. En Japón murieron unos 40 millones de personas, aunque nunca se sabrá con certeza. En Asia, y en China especialmente, se estableció un estado de excepción que provocó una guerra civil no declarada, aunque a decir verdad se trataba más de un exterminio, pues sistemáticamente se mataba a todo aquél que intentaba huir y pasar a la India. Por este hecho se inició una guerra con aquél país por el control del sureste asiático, y el presidente Kapoor decidió que el problema se arreglaría con bombas nucleares de carga baja. Esto, en lugar de derrotar a China, la hizo recuperarse. En dos años se revolvió mediante una economía de guerra e invadió, o firmó pactos de dominio tácito, la franja de Indochina y hasta las regiones de Bihar, Jharkhand y Orissa.

Lo que ocurrió en el resto del mundo fue una debacle. En pocos meses los precios empezaron a subir, el petróleo se hizo inaccesible, y la patata se convirtió en el principal sustento de la población. Sólo en Europa y USA, más de cien millones de personas perdieron sus trabajos. Obviamente, aumentó la delincuencia hasta el extremo de que los gobiernos impusieron un toque de queda unificado, cosas de la OTAN, según el cual se dispararía a cualquiera que fuera visto en la calle más allá de las 8 pm y antes de las 8 am. Como se comprenderá, en muchos países como Francia, Suecia, Inglaterra, Italia, o España, los gobiernos que afrontaron la ruptura fueron gobiernos radicales de extrema derecha, neofascistas en su mayoría, que veían en todo lo ajeno un mal a erradicar. Por eso, desde hace casi 3 años, vivimos en un campo de concentración. Porque nuestra caucasidad, palabra ésta que se oye mucho en la actualidad, aún está “pendiente de cotejo identitario”.

Papá, cuéntame otra vez la historia de los tártaros, dice la niña. Y el leñador se queda mirándola con la vista en otro mundo, pensando en un tiempo que sin ser bueno, salía ganando en la comparación.
Papá… los tártaros…, insiste la pequeña.
Eh… Sí, perdona. Hace mucho tiempo, en un lugar llamado Kazajstán, había un grupo de hombres que vivían su vida a lomos de caballos.
Y qué son los caballos, interrumpe la hija.
Son unos animales muy grandes y hermosos que ayudan al hombre en muchas tareas, pero sobre manera, a no estar solo.
Bueno, decía que… había un grupo de hombres que vivía siempre a lomos de un caballo y…
Poco tiempo después, la hija ya estaba dormida profundamente pues el cansancio de ésta época era más grande que la curiosidad de un niño y la imaginación de cualquier hombre.


(Continuará)

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