miércoles, 14 de mayo de 2008

Recuerdo de Pérez Galdós

Hay un hombre en mi oficina que se parece tanto a Benito Pérez Galdós que a menudo dudo de si en lugar de gestionar registros e implementar consultas, que creo es su labor, no se estará dedicando en su engaño diario a escribir un nuevo episodio nacional.

A veces lo he visto mirando la prensa por Internet y he tenido la sensación de que no leía como una persona normal, interesándose por el mundo que le rodea, sino que traspasaba la pantalla con la vista, yendo más allá del tiempo y consiguiendo que una crisis económica, un atentado terrorista o una boda real se convirtiesen en una revolución sosegada de un tiempo y una época que, mientras se suceden en nosotros y nuestro presente, ya son historia en la mano del genio.
Benito Pérez Galdós vive reencarnado en un hombre que se apellida Corazón, ¿no es gracioso cuando menos?

El otro día en las escaleras me crucé con él, nos miramos y fue él quien, por primera vez desde que empecé a trabajar aquí, me reconoció y me saludó. Por dentro me recorrió un escalofrío súbito. Pensé en Benito Pérez Galdós, claro. Pero no en el Benito Pérez Galdós viejo, ni en el joven de prometedor futuro, sino en un Galdós intermedio, perfectamente anclado en el retrato de aquéllos billetes verdes de mil pesetas en los que salía su cara ida, con una especie de tristeza provinciana, con las cañadas del Teide al fondo.


Decía el hombre, que el verdadero amor, el sólido y durable, nace del trato; y añadía que lo demás es invención de los poetas, de los músicos y demás gente holgazana.

Por este motivo me he fijado obsesivamente en esta repetición y parecer de las cosas, alocado sinsentido del azar y la casualidad. Cada vez que veo al señor Corazón, no puedo por más que sufrir la extrañeza de estar ante una parte de nuestra Historia.

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