lunes, 7 de diciembre de 2009

La historia del hombre cuyas piernas cuelgan



"La historia del hombre cuyas piernas cuelgan. Y es pequeño porque a su lado todo parece grande. Porque bajo su trasero, ahora que está sentado, hay un enorme muro en el que sus piernas cuelgan. Y así, sus piernas parecen rabos de cereza con zapatos en las puntas. Pequeñas bolas imperfectas rojas brillantes con cordones desabrochados.


Mueve las piernas pequeño, muévelas. Reanuda el bucle tierno de puntapiés a la nada y taconazos al muro. Emprende y encapota tu ira.


Todo a su lado es ya entonces grande, es ya inmenso y abismal. Las distancias escuecen en sus ojos: llora. Su temblor de pies es una mina surcando el terremoto. Qué pasa, qué pasa.


Tiene miedo, teme caer. Se marea y zozobra. Recoge las piernas juntando las manos con las rodillas con la cara. Y es un nudo humano cuando aparece un banquero que se posa junto a él, revoloteando. No llores, no llores, no llores, bendito pequeñuelo.


Él se saca un ojo con su mano derecha. Con cuidado con la derecha, lo mira. Por qué. Por qué no habría de llorar si sé que he de caerme si sé que caeré.


[…]


Sonríe ahora el banquero, cada vez más alargado, proyectando extrañas sombras hacia el orto que se aleja. Marca cruces imaginarias allí por donde anduvo. Empequeñece y toca el viento y, hacia el muro, se levantan nubes. Ya desaparece."
J.L. Pomona.

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