jueves, 12 de noviembre de 2009

Quietos



"Eliseo era amigo de Sutra. Sutra era la madre de un elefante con ocho brazos llamado Penélope. El elefante a veces parecía más bien un mastodonte. Uno de esos seres mitológicos inventados, como los olifantes o los gallipatos o los salmones tigre del Cáucaso. Sutra estaba casada con Max Beerbhom III y el agua era roja por el alto contenido en hierro. Nosotros labebíamos como si fuese un agua normal, quizá el mejor agua posible. Habíamos crecido con el convencimiento autoimpuesto de nuestros ancestros de que aquél agua era el mejor del mundo. No podía ser de otro modo. Era roja como nuestra sangre. Y nuestra sangre era vida y nuestra vida era nuestra.

En la librería suelo fijarme en una estación con libros de McCarthy. Están Meridiano de sangre y Todos los caballos bellos y La carretera y Suttree. Yo siempre me fijo en Suttree y pienso en la madre del elefante fantástico. Un tren que cogí una vez hacia los Apalaches y terminó llevándome al Rif. Y ése libro tonto con caras apenas decoradas en su portada. Un palo y dos líneas curvas como ojos cerrados acechantes. Uno es el que acecha más y el otro es el que soporta. Mi padre ya no está.

Eliseo era el padre de nadie. Y nadie era el padre de todos. Todos sabían que tenían padre, pero también sabían que nunca lo conocerían. Y en los momentos duros de la noche, en el encierro de los chisporroteos y las bichas, algunos niños se escurrían de sus camas y se meaban cogidos de las manos. Nadie venía cada noche y espiaba desde la puerta. Los meones lo sabían pero a su modo. Infantil y tonto. Imposible entonces que hicieran algo: fuego o guerra. Nadie permanecía quieto y sentía pena. Nadie se iba y todos quedaban en el suspenso de la noche de orinales."


J.L. Pomona

No hay comentarios: