miércoles, 17 de junio de 2009

Anfibios de Europa

"Empalo niños.

Quizá no deberías estar leyendo esto. Seguro que no eres lo bastante grande como para entenderlo, para saber que empalar es una cosa que duele y mancha, para saber acerca de lo malo que es lo malo.

Les cojo por la solapa y les cuento historias. No son historias bonitas. Nada de ángeles o príncipes que matan dragones y salvan princesas. Les cuento historias de ponzoña y basura. Cosas malas, no lo dudes.

Per está sentado al borde del camino viendo cómo se muere su abuelo. Y no hace nada. Antes, cuando papá enfureció y se puso a llorar, yo buscaba una salamanquesa. Mi primo me prestó un libro de anfibios. Anfibios de Europa. Así se llamaba el libro de mi primo. Entonces el abuelo se puso a toser y luego papá empezó a correr y ya no paró hasta que el abuelo murió. El abuelo es el padre de mi padre.

Cuando Per está solo piensa en salamanquesas. Anfibios con apellidos raros y nubes. Nubes sucias de color gris claro y gris menos claro y gris oscurísimo y también azul grisáceo. Como aquella vez en que el cielo se rompió sobre la tierra y se ahogaron las hortalizas del huerto. Tierra al punto de licuefacción. Cagalera de tierra.

Me gusta mirar por la ventana, ver mi reflejo.

Ahora ves donde te estás metiendo. ¿Eres consciente de lo que…? Bueno, da igual. Dejémoslo. Si tienes que saberlo, lo sabrás.

Una vez vi a un pequeño comer dulce de leche. No parece extraño pero lo es. El niño tendría unos ocho años y sus dientes diminutos pedían a gritos que alguien hiciera algo. Porque no hay nada más horrible que la sensación de que un diente se te mueva. Es tener un apéndice arrancado pero aún unido a ti por un jirón de carne ínfimo. Insoportable.

El niño estaba en un parque. Caminaba con su padre y le gritaba porque parecía insatisfecho con el juguete que le acababa de comprar el papá. ¡No me gusta! ¡No me gusta! Y así. En el transcurso del sexto ‘¡No me gusta!’, el papá le dio una bofetada que le arrancó dos dientes. No solo el que se movía sino también el vecino. Se hizo el silencio. Y hubo sangre y silencio.

Desde entonces me da vergüenza sonreír.

¿Ves? A que no es hermoso. Te lo dije.

También está la historia del perro que muere. Es una historia multicéfala. No sólo muere en mi historia, llegada a mí por otros, sino que son otros los que hicieron de la muerte de un perro, la muerte del Perro. Así, algo genérico y caprichoso.

Una de sus muertes es desconocida, sólo sabemos que está muerto. Una mujer-loca encuentra flotando en las aguas de la bahía una bolsa. Eso es lo que la mujer-loca nos cuenta, pero supongo que la bolsa estaría al borde del agua, en la orilla. Dice la señora que fue a ver qué había dentro. Una bolsa de basura en la orilla del mar, en la bahía. Sólo una mujer-loca podría ir a ver qué hay dentro.

Un perro muerto pudriéndose en una mezcla de salitre y babas. No precisó la raza.

Otra de las muertes del perro es la muerte del atropello. Un perro de nombre estúpido que se escapa y se descuida. La muerte dolorosa que marca la infancia del autor de un libro. Libro que yo leo al final de mi infancia y que me impacta por comparación con Platero. Ésa especie de masa grumosa por la que sólo se siente pena y añoranza. Platero era un burro pero J.R. Jiménez hizo de él un auténtico perro. Dos muertes más: la del perro atropellado y la empatía por el burro.

La última muerte del perro es la muerte de la soga. Una circunvalación de fibras. El perro ahorcado que aguarda quieto en 1952 colgando de un olivo. Una película española que no he visto pero que imagino. Un relato de una romántica que pasea ovejas y seduce a feministas de salón y a punkis postmodernos.

Un perro mirando a un cielo que dejó de existir dos metros delante suyo, cerca del vacío.

Deja de llorar, joder. Estabas avisado."



J. L. Pomona.

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