miércoles, 27 de agosto de 2008

Historia de lo cotidiano, XII: El culto a la forma

"Me despierto todos los días con músicas que suenan a repetición, a pausa contenida que desespera. Me despierto, todos los días, en un desamparo que retroalimenta la creencia, absurda y razonada, de lo triste de una vida que se sabe triste en su pensarse y se reconcome en el tedio de la tristeza en loor de un triste más elevado...


[No, no es un buen modo de empezar a escribir nada. Piensa en Pessoa, él lo hacía mejor. Pongo fin aquí al desasosiego.]


Me despierto con un tic tic tic y nunca sé cuántas son las veces que se repite el martilleo sonoro porque no soy consciente de ello. Luego, me pregunto por esto con curiosidad. Me digo si el despertador se pasará sonando un minuto entero hasta que salgo del sueño y lo apago, o si sólo transcurren dos escasos segundos hasta que mi mano aplasta el pitorro y nazco un día más a la vida.


Pasado el trance del nacimiento cotidiano, comienza el juego, y lo hace de un modo literal. Cada empiece del día es para mí un juntar de números guiñando los ojos. Así, obtengo años de la composición de los dígitos que mi reloj-radio-despertador me marca. Si por ejemplo me levanto a las 7:11 am esto quiere decir (para mí) el año 711. Instantáneamente hago un ejercicio de memoria y pienso en esa fecha. Es como si por la mañana mi cerebro se convirtiese en un almanaque y solventase las dudas de la muchedumbre acerca de la relación existente entre horas y fechas.


Acto seguido hago lo de siempre: Busco en Wikipedia.


En Wikipedia se lee que en el año 711 los árabes comienzan la invasión de la Península Ibérica. Si bien Tarik toca tierra gibraltareña el 27 de abril, no sería hasta el 19 de julio cuando el ejército de Muza vence al de Don Rodrigo, el cual se cree, moriría en dicha batalla, la de Guadalete para mayor exactitud (de exacto, a su vez, de exactus, del latín, Puntual, fiel y cabal) en circunstancias nunca aclaradas.


Lo anterior es algo que hasta los niños saben, pero… ¿Sabía alguien que mientras Don Rodrigo exhalaba su último bufido, o quizá su último escupitajo, o su último insulto –no sabemos lo cortés o educado que Don Rodrigo era ni cómo se comportó en el momento de su deceso–, sabían ustedes, decía, que en Japón se daba por finalizada la reconstrucción del templo Hōryū-ji en Ikaruga? Yo, si les digo la verdad, no tenía ni idea de ello antes de poner 711 en Wikipedia. Pero ahora, yendo de enlace a enlace me descubro viendo un templo japonés que la UNESCO declaró patrimonio de la Humanidad en 1993 y claro, eso es algo importante. Si lo dice la UNESCO, es como si hablase el dios de lo humano. Todos se callan. [Shhhhh].


[¿Entonces… vas viendo cómo una cosa lleva a la otra? La deconstrucción va de esto. No hay historia, sólo un presente perpetuo que no aspira al cambio. Es una fragmentación, ya lo has oído decir mil veces. Siempre digo postmodernismo y es mentira. Lo digo sólo porque me hace gracia…]


{A continuación va lo meta- }


Cómo se llama el arte de hablar sin contar nada, la ausencia absoluta de historias, el vacío… ¿Charlatanería? Bueno, es un poco eso. Es coger tus ganas de innovar y darle forma al vacío. Es como en aquél relato de los Strugatski (Conversación: ¿Ciudad permutación? No, eso es de Greg Egan… ¡Ah! Dices Picnic junto al camino… ¡Sí, exacto!), en el que un par de personajes manipulan vacíos como si se tratase de pilas de hidrógeno.



“[…] Se había pasado la vida peleando con esos vacíos; a mi modo de ver, sin beneficio alguno, ni para la humanidad ni para sí. En su lugar yo habría mandado todo al diablo desde hacía rato para dedicarme a trabajar en otra cosa ganando lo mismo. Claro que si uno lo piensa bien, un vacío es algo misterioso, hasta incomprensible, se podría decir. Yo he tenido muchos entre las manos, pero no dejo de sorprenderme cada vez que veo uno. Son sólo dos discos de cobre, del tamaño de un platito y de medio centímetro de grosor, más o menos, separados por una distancia de cuarenta y cinco centímetros. Nada más. Nada, absolutamente, sólo espacio vacío. Uno puede pasar la mano por el medio y hasta la cabeza, si el asunto lo deja tan fuera de combate; no hay más que vacío y vacío; aire puro. Claro, tiene que haber alguna fuerza entre los dos, según creo, porque no se los puede juntar ni separarlos más de lo que están.


La verdad, compañeros, es difícil describírselos a alguien que no los haya visto. Son demasiado simples; sobre todo cuando uno los mira bien de cerca y acaba por creer en lo que ve. Es como tratar de describir el vidrio: uno termina retorciéndose los dedos y diciendo malas palabras por la frustración. Okey, supongamos que lo han entendido; para los que no tengan una copia de los Informes del Instituto, en cualquier número hay un artículo sobre los vacíos, con fotos y todo
[…]”


(Picnic junto al camino, Arkadi y Boris Strugatski. Traducción de 1978: Edith Zilli).




Bueno, el asunto iba por Japón y por la gracia que nos hacía el año 670, que es cuando el templo que sería reconstruido en el 711, año en el cual pensé cuando me levanté una mañana al ver los dígitos del despertador, se quema, se prende fuego. Según la Wikipedia, el incendio del año 670 crea controversia. No se trata de una controversia trascendente porque, de serlo, ello podría trastocar muchos planes de futuro o generar guerras inter-tribales por el dominio cultural de una historia patriótica o provocar un aumento en el precio del sake que haría que los restaurantes nipones de Madrid se viesen abocados a la quiebra por no tener medio razonable de pagar un producto de importación como ése, ahora a un precio abusivo –el arroz no se puede cocer igual con un Vega Sicilia del 72.


La controversia viene porque una serie de eruditos de estas cosas no se creen que hubiese habido un incendio (Nota mental: Con esto he pensado en una canción de Nacho Vegas que dice […] El aire aquí es más cálido / Me dijo una mujer / de aspecto amable y peinado imposible / esta mañana en el ascensor / por qué nadie me iba a mentir allí […]) y citan cosas tales como el shaku Goguryeo y el shaku Tang, que ni me atrevo a buscar y que deduzco son estilos arquitectónicos de la época. Y luego citan cosas como el Nihonshoki (日本書紀), que es el segundo libro más antiguo de la Historia del Japón sólo superado por el Kojiki o Furujotofumi (古事記), que significa registro de cosas antiguas, como pragmáticamente no podía ser de otro modo.


[Luego, cuando termina la canción que escucho, que es de Hildegard Knef, hago un análisis. Busco la circularidad típica de lo empático, del cerrar el círculo volviendo al comienzo. Subo y veo el juego estúpido de tramar a Bernardo Soares (heterónimo de Pessoa) para desdecirme y comenzar el juego de cajas chinas que no son y terminar citando y bailando groovie alemán de 1966 o de 1974, mientras no soy capaz de decir una frase certera que sirva de colofón.]


Me despierto mientras yazgo y leo en sueños cosas no escritas que jamás pensé que pensaría. Me despierto y resulta que no me he despertado y la lucidez cobra el peaje del peso de mil exponenciales por mi través, de mil heterodoxias, en un ejercicio de estilo que me es revelado en el tedio de la nada. Me despierto al mundo con los ojos abiertos y ojalá me equivocase por pensar que no.

Y es entonces, en la consecuencia de la forma, en la abstracción romántica de saber que el romanticismo murió y que vivo con doscientos años de ventajas y decadencias a mis espaldas, dos siglos de experiencias de trauma bueno y felicidad triste, cuando me encuentro en la soledad de la silla real desde la que escribo a oscuras acerca de una vida que nunca me es revelada."



J. L. Pomona.

Figura 1. Cuadrado negro (1923-1929). De Kazimir Malévich.

1 comentario:

Diego G. dijo...

postmodernismo lacaniano