lunes, 30 de junio de 2008

Frutas del bosque


Sabiendo del valor que las palabras tienen, sabiendo que una palabra, o la más endeble de las onomatopeyas, sin ir más lejos, son armas de destrucción masiva en manos de aquél que las domina, me explayo en su uso para lanzarte esto a modo de pie de foto explicativo de un algo que no sé muy bien qué significa.

Por lo anterior, no añadiré más al sabor de la mermelada elegida. Dejaré todas las incógnitas colgando del roce de dedos cuando tires de la manta, si es que te atreves, chica esquiva.

Y sí, el sabor más bello del mundo es el de frutas del bosque, porque sabe a imágenes de dedos que se cruzan entre sábanas y se dicen pocas palabras. Las justas y necesarias para que, por ejemplo, si digo que de tanto sentir el anular del corazón se ha separado, ello no sea más que un vulgar juego de palabras.



[“Todo el tiempo llovía y ellos viajaban solos, eternamente, sin hablarse, sin saber nada de sí mismos. Abrazados.”] J. J. Millás.

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