viernes, 9 de mayo de 2008

Una vez leí un libro de Roberto Bolaño

Una vez leí un libro de Roberto Bolaño. Esto quizá no signifique nada para quien aún no haya leído un libro suyo pero apostaría una cena a que mi frase inicial revuelve algo por dentro o sonsaca un sentimiento de comprensión, quizá un leve asentimiento de cabeza, en aquellos otros que saben de la figura del malogrado escritor chileno.

Sí, una vez leí un libro de Roberto Bolaño y fue un éxtasis. Fue una especie de chute de clarividencia y desazón, pero al tiempo de ternura y juego y resistencia. De Bolaño no me he leído todo. Ni de nadie tampoco. Pero me gustaría morir habiéndome leído todo lo que escribió este hombre.

Una vez, de momento sólo una, me he leído 2666. No es que haya devorado el libro, la monumental obra –como dicen siempre en toda crítica literaria al respecto– inconclusa construida en cinco partes relativamente distintas, que básicamente tienen nexos de unión en paisajes, palabras y sobre todo en un estado opresivo de maldad.

La obra de Bolaño es más que monumental, es universal, gigante. Sus personajes rezuman desencanto, son altivos y prepotentes en muchos casos, siendo en otras ocasiones la cara opuesta de la misma moneda, la víctima bañada de sangre y sudor. Bolaño es un perdedor que sabe que la victoria llega con la muerte, indefectiblemente, porque está condenado desde joven.

Hay un personaje en 2666 que causa en mí una admiración extrema. Se trata de un soldado nazi que va a la guerra y allí descubre su vida. Una vida que nunca tuvo. Es en ésos momentos de alienación y vacío donde se asienta su madurez, donde envejece lo bastante como para transfigurarse y pasar de ser un gigante sin nombre a ser un fantasma. Su vida se apoya en el cambio tras la lectura de un libro. En Rumanía, estando herido, descubre un diario de un soldado enemigo, y lo lee con avidez. La evocación de la guerra y del terror que ahí se relatan crea en el nazi, al igual que en el lector, una depresión de euforias y empatía. El enemigo ya no es difuso, tiene nombre y, sobre todo, sentimientos. Entonces, el enemigo ya no es el enemigo, es uno mismo.

Así, cuando leo esta historia, soy el soldado nazi, pues la descubro al mismo tiempo que él, y si lo pienso, soy Roberto Bolaño imaginando ésa historia. Y si es bello pensar en lo que sintió el nazi, llamado Hans Reiter, que estando vacío como persona antes de leer el libro, lloró y sufrió como si viviera en sus propias carnes las desventuras del soldado enemigo al que jamás conoció, imaginen lo que ha de ser el ser Roberto Bolaño creándolo todo.

Ése aluvión de palabras que son torrentes de imágenes perfectamente definidas en cuatro frases, construyen en el autor una forma de sentir. Son, a sabiendas, imperfectas y secas, pero tienen hermosura y se introducen en uno poco a poco, como un virus latente. De pronto, cuando terminas el libro, piensas en los cementerios y en la vida, pero sobre todo en lo que la vida es. Bolaño sabía que se iba a morir y escribió una obra maestra.

En qué forma se siente uno cuando le hacen imaginar un libro colgado de un tendedero como ofrenda filosófica al paso del tiempo y destrucción de las matemáticas (Testamento Geométrico, de Rafael Dieste, un poeta gallego), de qué manera se afronta la muerte cuando tu mundo se cae ante la épica del malditismo o de la droga, cuándo se reducen a escombros los cimientos de la moral, o mejor, de dónde surge el mal que aprieta el nudo de la soga que nos envuelve. Bolaño no explica nada de todo esto, tan sólo lo muestra rotundamente y lo circunvala y llena de realidad y literatura. El amor es una pasión, un desconocimiento del ser. La culpa no existe y los culpables no tienen nombres ni caras. Los inocentes son mártires y las víctimas se pudren en el desierto. Es como si Roberto Bolaño se acercase a ti, fumando su eterno cigarro y ajustándose bien sus gafas al puente de su nariz, y te dijese con voz ronca y al tiempo sincera Esto fue la vida, amigo.

Y cuando cierras los ojos, Roberto Bolaño ya vive dentro de ti. Tu cabeza piensa y tus ojos miran, pero ya han pasado un filtro. Tus miembros dejan de pertenecerte y el mundo ha cambiado. Pero sobre todo naces. Ya no eres como nadie, eres un realvisceralista. Porque una vez leíste un libro de Roberto Bolaño.


Extracto de las notas epilogales de 2666:


"Los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprisa que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975 [fecha en la que se dicta el relato de Auxilio Lacouture], sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo."

(Extraído a su vez de Los detectives salvajes)

1 comentario:

Unknown dijo...

!!!Felicidades hombre¡¡ Creo que es hoy tu cumpleaños o tal vez mañana, pero en todo caso felicidades, disfruta el hecho de ser un año más un ser vivo con la suficiente capadidad, inteligencia y clarividencia para escribir lo que escribes, eso es suficiente, lo demas viene rodado.