jueves, 14 de mayo de 2009

Cuando sepas tocar la trompeta

"Me dijiste una cosa que me sorprendió cuando murió tu abuelo. Todos los relojes del tanatorio marcan las cuatro. Todos sin excepción están parados a las cuatro.

Me dijiste esto en uno de esos momentos de tristeza hueca en los que el mundo vale menos que las cinco letras que lo componen. Cuando piensas en todo lo que está ocurriendo y sientes una especie de asco, y odias las caras que ves, y me dices Cuando yo muera no quiero que nadie vele mi cadáver. No quiero ni que se vea siquiera. E insistes en ello, mientras pienso callado en tu cuerpo muerto y blanquecino, un cadáver quietísimo y puro. Sí, serás una muerta lograda; el trance te acaecerá fantástico y tu carne no llegará a convertirse en ésa masa cerúlea que la carne de los muertos suele ser. No, tú no tendrás unos pómulos flácidos porque tu risa evitará la degradación. Morirás con un sonrisa de tanto que viviste, de tantas cosas que hiciste. Tus ojos permanecerán abiertos con el recelo del segundo venidero, que para ése entonces será el segundo perpetuo del infinito y del siempre.

Me dijiste que es desesperante pasar la noche entera en el tanatorio y ver que el tiempo no avanza, que los relojes marcan siempre las cuatro. Recuerdo que lo primero que pensé, y así te lo dije, es que estaban parados porque se habría ido la luz. Dijiste que eso mismo dijo tu primo cuando le contaste tu historia, pero mientras lo decías yo ya estaba rebatiendo mi propia explicación. Si la luz se fue en algún momento, por qué cuando volvió no volvieron a ponerse en marcha. Me contaste que, ante tal misterio, diste un paseo por todos los pasillos del tanatorio que, a esas horas de la madrugada, estaba medio vacío. Todos los relojes marcaban las cuatro. Algunos marcaban las tres y cincuenta y seis o las cuatro cero dos, pero todos yacían silentes en torno a las cuatro. Y no avanzaban. Dijiste que era así tanto en los analógicos como en los digitales. Incluso el de la cafetería, que era de esos de estación de tren que deja caer partes móviles.

Entonces te expliqué, buscándole un sentido al asunto, que quizá alguien del tanatorio, a modo de simbólico acto hacia los que allí descansaban, detuvo los relojes apiadándose. Algo simbólico, quizá tétrico, quizá alegórico… No lo sé.

Ayer, al regresar a mi casa, estaba plantado en una isleta de la Castellana. Esperaba a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar. De pronto me fijé en que la fuente situada en el cruce cambió de caudal. Un súbito golpe de presión hizo que el chorro central subiera hasta una altura increíble para después caer torpemente y dejar la altura del mismo un cierto nivel por encima del que se encontraba. Ocurrió que cuando el chorro central se hubo estabilizado, los caños laterales, los que embellecen la fuente, sufrieron una especie de efecto rebote y se vieron acrecentados de golpe. Ya había visto el fenómeno un par de semanas atrás. Lo curioso del asunto es que al dar el primer paso y, por fin atravesar la calzada –el semáforo ya estaba verde–, me fijé en la hora: Eran las cuatro de la tarde.


Serás un cadáver hermoso./ Yacerás sola, ante la Muerte invencible otrora Madre./ Vivirás el paso en puentes de mimbre que, al crujir,/ darán voz al silencio y marcarán el hurto de tus días./ La trompeta sonará en tu casa y diré/ Por fin aprendiste a tocarla./ Y así, en la hora propicia,/ te olvidaremos."

J. L. Pomona



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