viernes, 2 de mayo de 2008

Sobre la forma de afrontar la incerteza

Desde hace algún tiempo me pudro. No soy capaz de asimilar el paso del tiempo ni la incerteza, referida ésta como algo fatuo e irremediable, que se desprende de todo cuanto existe y piensa.

Continuamente vivo en el empeño de objetivar, clasificar en sus filos todas las partes de nombres, caras y sentimientos, e intento, en ése afán de ordenación, sacar de todo ello el mejor y más razonable partido de acuerdo a mis valores y razonamientos, que no son otra cosa que yo mismo. Es por esto que me considero un tipo serio, que hace de la rectitud y la responsabilidad una norma y busca siempre la empatía.

Si cometo locuras, me las guardo en la cabeza y, a veces, las escribo. Mis mayores advientos (como llegadas de clarividencia) son imaginarios, y no hacen daño, porque de mí no salen. Y me hacen feliz porque cada día soy más conformista conmigo mismo, y un poco más seguro y comprensivo, al tiempo que menos endeble, rígido o trascendente. Aunque bien es cierto que no puedo alejarme de ése aura de trascendencia (no mística ni presuntuosa) sino grave, por querer que la vida, la mía, tenga el valor de saber que cada instante no se repite nunca. Por tales razones procuro, me esfuerzo, en ser mejor persona día tras día, con todo lo que ello supone.

Es como si tuviera una enfermedad terminal y hubiese aceptado la muerte allá en la adolescencia, y hubiese llorado al sentir que mi madre habría de morir tarde o temprano antes que yo, y hubiese rezado a Dios como último recurso sabiendo que no existía, engañándome escasos 5 minutos. Como si me dijese que siempre habría de estar enamorado porque así sería feliz y ya, una vez adulto, supiera que por encima de todo, lo más valioso es siempre el Amor. Cosa ésta que supe al descubrir la expansión del Universo y la ley de Hubble, que es algo difusa, como no podría ser de otra manera para explicar dichos asuntos.

Si no he muerto hasta ahora se debe a mi afán de objetivar, de aprender y, en cierta forma, de enseñar. A que hay una curiosidad interior que me obliga a seguir un paso más y a que tengo mucho miedo de desaparecer y no haber existido, no haber importado y haber sido tan sólo un epicúreo más. El día en que sienta que esto no importa, será el último día.

Sé que no soy el mejor en nada -suponiendo que la vida se pudiese afrontar como una competición, cosa que aberra-, pero quizá sea una de las personas que más se esfuerzan por intentarlo.

Sea esto una muestra de autoayuda.


Creo que me estoy yendo, y Crimea es un lugar precioso.

1 comentario:

Pat Robles dijo...

Hace no demasiado escribí un texto parecido a este en mi libreta. Un texto sobre cómo soy, sobre lo que siento, sobre la valentía.
Pero es un texto que nadie leerá nunca y que tiene muchas papeletas de ser destruido.

No tengo demasiado que añadir a esto. Que no te vayas, quizás.