sábado, 9 de mayo de 2009

Yo estoy vivo, vosotros no (homenaje a Frederic Brown)

“Lo lamentable no es que los hombres se preocupen por su propio bien o interés, sino que no se preocupen lo suficiente”

Joseph Butler

Tomé una idea prestada. La cogí por las palabras, las retoqué, quise devolverte algo con ellas. No sé en qué estaría pensando. ¿Quizá en la fama? ¿Ser admirado por los demás? Seguro que pensé que de ése modo me prestarías atención. Quizá incluso con suerte llegarías a quererme. El caso es que tomé una idea que no era mía y con ella hice una historia. Ésta.

Va de solipsismo. Sabía que te gustaría porque te gusta el solipsismo. Toda esa mierda de Berkeley y Hume. ¿Qué es más probable, que un hombre ascienda de entre los muertos o que su testimonio esté de alguna forma errado? Sigo leyendo acerca de ello y no encuentro nada. Referencias a Kant, a Locke. Incluso referencias a Bertrand Russell y muchas entradas acerca de Lost. El personaje llamado Desmond se apellida Hume. Los guionistas de esa serie hacen un montón de referencias cruzadas. Es divertido descubrirlas.

Hay un tipo en un hospital. Se llama Joseph Butler. Tiene 60 años recién cumplidos y está a punto de morir. Toda su vida se la ha pasado leyendo y escribiendo. Es un hombre de fuertes convicciones morales, un hombre de la Iglesia. Las cosas son lo que son, y no otra cosa. Eso decía el bueno de Butler. Tenía muy estudiado el que le recordasen por ésa frase cuando muriese. En cada reunión, en cada colecta, en cada sermón, siempre era capaz de encajarla de la mejor de las maneras. Nadie se percataba de la repetición. Ése es el verdadero arte de la seducción: persuadir a las piedras de que son agua.

Bueno, Joseph Butler ahora está muerto. Murió el 16 de junio de 1752, pero en un magnánimo acto de odio hacia el Segundo Principio, lo resucitaré para que sus últimos días verdaderos sean estos de mayo de 2009.

Joseph, vuelve tu memoria y tus logros hacia el mundo que te mira. Yo, dador de vida, te regreso al mundo porque te recuerdo, porque cito tu nombre, porque escribo tus palabras y pienso en ti en estos momentos. ¡Seas Joseph Butler, seas!

Te damos la bienvenida a éste tu futuro, con el que ni supiste soñar, que es para nosotros un presente banal…

¡No! Mejor no digas nada. Dejemos que el misterio siga su curso. Ya tendrás tiempo de hablar.

Lo que ves es una cama. El hombre que está encima es Joseph Butler. Junto a la ventana una biblia. No podía ser de otra manera viniendo de un hombre de la Iglesia. No pone Holy Bible sino Sagrada Biblia. A que nunca pensaste que Joseph Butler supiera español, ¿eh? Los misterios de la resurrección, querida. Te decía que en la habitación no hay nadie. La televisión está encendida y ponen un programa de debate. Hay hombres con traje que parecen gritar. El sonido está al mínimo y no oímos sus voces. Mute.

Joseph Butler está muy tranquilo. Cuando entras a la habitación se gira lentamente y te mira. Te mira y no te conoce. Es normal porque nunca te ha visto. Te dice en un español perfecto que subas la persiana de allá [apunta con el dedo a la ventana más alejada]. Y tú vas y lo haces. Subes la persiana. Luego te giras y lo observas. Te está mirando. Te está escrutando. Sientes vergüenza ante tanta atención. Es como si fueras una rata de laboratorio a la que, tras haberle sido inoculado un veneno, estuviesen mirando fijamente todos los científicos a la espera de una reacción. Entonces hablas. Y él te manda callar y te dice que ha sido un placer conocerte y que ya sabe lo que quería saber.

Cuando me lo has contado me ha hecho gracia la cara de asombro que ponías. Cara de ojos que se fueron. Y qué, qué piensas. Pues no sé qué pensar, es muy raro todo. Y te has quedado refunfuñando en el salón esperando que empezase la película de las diez.

Al día siguiente me acerco al hospital. Joseph Butler está sentado en la silla que está junto a la cama. Mira por la ventana abstraído. Lo primero que me dice, sin mirarme siquiera, es Por qué la gente va tan deprisa. Y no sé qué decir y le termino diciendo que porque el tiempo es muy importante. Mueve la cabeza afirmativamente mientras dice entre dientes Ciertamente, ciertamente…

Quiero acabar con el mundo. El mundo no existe. El mundo soy yo y nada más.

Me suelta esas frases como disparos. No me lo espero. Me viene a la cabeza el relato de K. Dick que me leí la noche pasada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Sus palabras me desensimisman.

Oye, vuelve, que te estoy hablando –me dice.

Eh… Sí, perdona Joseph.

Me dice que el solipsismo no es todo. Que no es el verdadero todo, que sí que hay límites. Dice: Piensa en Wittgenstein. Murió tres años después de morir. Y aún sigue vivo.

Las últimas palabras de Wittgenstein (a su doctor) fueron “Diles que he tenido una vida maravillosa.”

Has de ocupar mi lugar –me dice Joseph de pronto.

¿Qué?

Has creado el Universo que acabas de aniquilar. Ahora has tomado mi lugar.

Pero… dónde está la prueba definitiva. Dónde se oculta el mundo si me pongo a buscarlo, qué hago con él, ¿y si me canso?

Ocurrirá entonces que alguien creerá en él como tú lo creíste. Vendrá y lo aniquilará del mismo modo en que tú aniquilaste lo mío, mi todo. Perderá el sentido por exceso de sentido. Morirá en él todo por exceso de todo, por belleza en la forma y por fondo en el fondo.

Pero…


De repente, todo se convirtió en nada

y ni siquiera yo era ni estaba.

y había una bruma densa sobre las aguas.

No se podría ver allí ni una nave espacial de propulsión neutrónica.


Me dije: Crearé la luz.


Al cabo de seis días, hube terminado.



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