"Volvamos otra vez a los zombis, con ellos al pan y con ellos de picnic tras hacernos los bocadillos. Volvamos juntos a ver una película de bajo presupuesto en la que la silicona está mal pegada, donde me río y no me creo nada. Qué cutre es la silicona, la yugular de silicona amarillenta, llena de sirope de arce. Ya casi me veo rodando una película gore, qué divertido, qué pasión. Todo tetas y sangre entre las manos y por alrededor de las bragas. Te violaran, jaja, qué risa, qué pasión. Los zombis huyeron como zombis, los médicos vienen ya a lo lejos a socorrerte. Yo estoy en el suelo y no los puedo ver, los huelo, el dolor me nubla las imágenes. No son nadie, lo entiendes, no son nada más que gente que ayuda porque tiene que ayudar, pero tú, tú te estás desangrando, te han destrozado las carnes esos putos zombis. Y se han ido corriendo a su guarida mefistofélica. Ahora que ya estás a salvo en la mortaja y te van a limpiar, puedo irme a la venganza.
Me levanté del suelo odiando y seguí odiando por el camino que iba hacia el cementerio. Al llegar abrí la puerta de la noche, y la noche se deslizó suave bajo mi entrepierna. Como un sonido de llaves o algo tintineante, vi una mano señalando. Era la aguja del reloj de sol en mitad de la noche. Les daba pena, hasta ellos me ayudaban. Me insistía el tiempo en que no me demorase. Iba y venía. Llegué al pueblo, no sabía qué buscar. Cuántos eran, quiénes, qué habían comido aparte de tu carne. Así pasaron ogros, horas y paisajes, no sé, quizá otras cosas. Pero al llegar a la esquina del chino, frente al bar de las morcillas, los vi. Eran como cuatro o seis, todos descabezados y ególatras. Partían sebo con sus garras y devoraban ayudándose de un pan negro y sucio. Daban asco, daban verdadero asco.
Pensé, ante todo pensé. Cómo iba a liquidarlos, cómo habrían de morir los putos zombis. Qué martirio les esperaba, oh cielos, serían mi holocausto. Por eso me acerqué al primero y le instruí de veras. Le miré, se fundió. Y al segundo le dije quien eras tú y al tercero brisa. Al cuarto un toque en el hombro para convencerlo, al quinto esperanzas y cayó hacia atrás, apoyado en sus pústulas. El último estaba quieto, me miraba ahíto, sonreía como sin sonreír, no tenía pústulas, no comía sebo, respiraba bien. Tuve unos segundos antes de actuar, los desaproveché. Se levantó, me agradeció, me miró, me vistió, me mudó las ropas por otras mejores, me colmó en la gloria por los siglos de los siglos, me enquistó las flores que nunca hube visto, ni en tu pelo viva ni en el cementerio, me dolió mil euros que perdí en el bingo, me sorbió los mocos me metió la droga, me sabló los dientes, me jerarquizó, me invadió con él lo que yo era entonces, me convertí en él, me reí de todo y así, estando juntos, nos fuimos de un beso hacia el mismo olvido.
Y los zombis piensan, tú que sigues muerta, háblales de mí, ve pidiendo algo."
De Homenaje a Jacques Tourneur, de Michel Campbell.