miércoles, 30 de septiembre de 2009

4.

No sé en qué parte del árbol se quedan mis piernas. Subo troncos. Me ladeo en la contractura que la madre parte el fin para sus bulbos. Creo en un dios con forma de monstruo acéfalo carente de toda prisa certero en los suicidios cometidos contra él. Sé que ella es todo el papel higiénico que nos queda. Y el timbre de tu voz que suena todo el tiempo a propaganda y narcolepsia. Todo en esta vida es una declaración de amor con intenciones.

9.



Me causa impacto ver tremar un reloj que marca siempre la misma estancia. Clavado como un estanque a la montaña de nieve te desvaneces en manteles, creces en volumen.


Yo había recibido un cascote de granada en la cabeza y me desvanecí, cuando sentí que me cogían por los miembros.

[…]

Después de eso el sol desapareció en un árbol.

Mort aux vaches et au champ d’honneur, novela inédita de A. Breton.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Hold your wee for a Wii

"No sabrán por qué pero lo digo. Yo era un tipo capaz de preguntarse por todo. No sólo eso, era capaz de preguntarme por todo incluso varias veces. Mi condición de curioso unida a mi falta de memoria hacía que tuviese que emprender un método de selección. Digo emprender porque seleccionar es demasiado vulgar para mi gusto y emprender tiene una connotación aventurera que no posee ninguna otra palabra. Emprender el camino del recuerdo.

Todas las dendritas funcionando tan rápidamente, en una conjunción tan brutal de miles de millones de chispitas, de bombas de sodio-potasio en las que los potenciales de acción de las neuronas interactúan con su entorno sabiendo casi por arte de magia cómo han de buscar su correcta concentración para adecuarse a las necesidades del sistema superior.

En el plato que dejaste en la cocina había restos de tomate. Era algo asqueroso cuando lo imaginabas como sangre grumosa. Como sangre de regla o sangre con algún resto visceral. Algo asqueroso, que en algún instante estuvo latente y estaba destinado a bruñir y ser operativo pero ya no. Abrí el grifo con tanta fuerza que me salpicó la camiseta. Noté el frío en mi tripa y dije ¡Joder! El tomate se empezó a soltar a medida que yo situaba el plato debajo del fuerte chorro. Me daba un asco enorme el imaginarme tocando aquellos grumos de cerebro o de regla maloliente. El chorro de agua resultó ser lo bastante potente como para soltar aquellos trocitos de tomate Apis del plato. Empecé a fregar y tú no estabas en la cocina sino que la cocina estaba en ti, porque era tuya y la habías diseñado tú. Y pensé en todo el proceso de diseño y me apiadé de los hombres que sudaron atornillando los mueblecitos de tu estrecha cocina. Y tú me dirías: Bien que cobraron por ello. Pero yo me apiadé de su sudor de todas maneras porque el esfuerzo es un suplicio tanto si es pagado como si no. Hombres tomando medidas y usando niveles para colocar perfectamente los mármoles o resinas o granitos que conforman tu encimera. Hombres haciendo bien su trabajo y equivocándose en un centímetro nada más, por imperdonable que pueda parecer, en la colocación de una tabla. Termino de fregar la sartén y ahora está más limpia que nunca. Una nueva vieja sartén. Tuya y en la cocina de ti. Y la sangre del plato se diluye ahora por el hueco de una tubería que nadie sabe dónde desemboca. Salvo el pocero que dentro de un tiempo haya de desatascarla.

Apis era el toro de los egipcios. Era la muerte con asta. Un dios sincrético por siglos transformado y mutado y cambiado de nombre a conveniencia de las generaciones y los gustos. En una leyenda se dice que el rey Cambises II, nada más conquistar la tierra de los faraones, destrozó un toro en la vía pública para que todo el mundo lo viera. Tras ello gritó con todas sus fuerzas: ¡Mirad cómo me como a los dioses de Egipto! [leyenda] Tiempo después hizo beberse la sangre de un buey (otro) a Psamético III hasta morir. Psamético era hijo del ajusticiado faraón Amosis II, es decir, faraón sin trono, y estaba preso en Susa –lugar desde el que partiría Jerjes años después–. Al ver Cambises que tramaba rebelarse contra él, decidió castigar al sucesor con una muerte indigna. Se debió decir: queréis a estos dioses, pues coméoslos hasta que reventéis. Y así fue. Cambises odiaba terriblemente las costumbres egipcias. Odiaba más si cabe a sus dioses. Ahí comenzó una espiral de horrores hasta la elección del nombre de un tomate frito. Pasaron decenas de siglos. Pero qué duda cabe de que el eslogan está claro. Un eslogan bien pensado (implícito). Beberás este tomate hasta morir. No podrás parar. Apis.

Cuando uno toma demasiado tomate, suele morirse. No una cantidad grande. Por ejemplo, cuando Bertrand Russell decía Buah, me he tomado un kilo de tomate frito, no. Eso era una fanfarronada de lógicos y nada más. Bertrand nunca se “bebió” un kilo de tomate frito. Estaba bromeando con Whitehead en la correspondencia que mantenían mensualmente para hablar de sus avances en los Principia. En realidad el problema del tomate frito es beber demasiado. Demasiado es lo suficiente como para que sea un problema. No va el asunto de kilos, ni de hectolitros, ni de centímetros cúbicos. Va de morirse por exceso de líquidos.

En enero de 2007 murió una mujer estadounidense por beber demasiado agua. Por beberlo y no orinarlo. Se trataba de un concurso. Ahora sabemos que era un concurso estúpido. Jennifer Strange quería ganar una Wii y para ello debía beber agua hasta no poder más. Y así fue. Literalmente no pudo más. Y ganó una consola. Ahora sus hijos juegan al boxeo unas veces y otras al golf o al tenis. Se lo pasan bien sin una madre que les diga lo que han de hacer. Dicen que como eran pequeños ya casi ni la recuerdan. Hold your wee for a Wii. Nintendo consiguió publicidad con todo aquello, y esto no es algo negativo. El peso de la estupidez humana estriba en lo humano, no en una línea de texto. Beber más de 7 litros al día es una enfermedad. Su nombre es potomanía. Lo pienso y me recuerda a los potos del Brasil. ¿Habrá alguien adicto a cultivar, hacer crecer y cuidar, dar mimos, besar, arropar, hablar, susurrar y follarse a este tipo de plantas? Apostaría a que sí. El potómano vive en cada uno de nosotros. En la avaricia de los niños pobres. En la mesura de los buenos cuando se enfadan e insultan y saben que lo que hacen es la mejor opción, el menor de los males. Esa especie de moral superior que les dice Sí, no hay otro remedio. Entonces tu cuerpo empieza a hincharse. Los riñones están saturados de tanto filtrar. La vejiga va a tope y ya no es capaz de agrandarse más. Por eso los riñones colapsan y el agua ya no se filtra sino que se queda en la sangre. Entonces tu cuerpo empieza a hincharse. Tienes más materia. No cabes en ti. Tu sangre se diluye y cada vez hay menos sodio en la concentración. Sabes más a río y menos a mar. Estás transformándote en una cosa extraña (como Mrs. Strange), un salmónido. Vuelves a la fuente de la vida. El alma mater. Para compensar, tus niveles de potasio aumentan. Todo se descompensa. El cerebro tira de otros minerales al tiempo que se hincha. Un córtex esponjoso que duele y sangra mucho. Sangre rojo claro como de nariz que gotea. Gotas rojas evolucionando en un vaso de agua y turbulencias lenticulares calmadas. Qué hermoso tiene que ser. Como fuego avanzando en una nave espacial con gravedad cero. Luego lo que duele: cabeza, vómitos, letargia, convulsiones y coma. Por último, el premio.

Ahora que he realizado un ciclo completo de anaforesis y cataforesis, que la disolución se ha evaporado y ya nadie recuerda el camino que emprendimos por el bajo Nilo y Babel con los vástagos de Marduk –¡qué grandioso suena esto! –, que los platos se fregaron y esperan al viento de la cocina para secarse quietos. Ahora es el momento de pensar acerca de si merece la pena continuar o saciar nuestra sed con la sangre del buey sagrado. Revuelves muy bien la sopa, querida. Y el teléfono vuelve a sonar y Jazztel me ofrece una gran mejora en mis facturas. Me pregunto qué habré de hacer, si quemarlo todo o sólo una parte."


J.L. Pomona

martes, 8 de septiembre de 2009

me encanta el pánico y la jugada del pánico

la libertad y estate quieto, anda,

y ése punzón que te clavaste en el tropiezo sobre la parte carnosa

con tu botella de agua de PVC maloliente

con el expreso de Mocos viniendo por dentro

llegando y subiendo, por las paredes

de nunca más de uno coma cinco litros.